"Echo muchísimo de menos terriblemente lo que más odiaba cuando teníamos la suerte de currar presencialmente en una agencia: las reuniones improductivas"Créanme que, al ponerme a escribir esta columna, siento como nunca el síndrome del payaso triste que tiene que olvidar sus penalidades mientras dura esta función de 600 palabras, y poner su mejor sonrisa falsa para salir a actuar. Pero aquí estoy, fiel al compromiso con este público al que tanto le debo y al que tanto quiero. Porque estoy seguro de que escribir esta columna no es una actividad esencial, pero que Anuncios continúe publicándose, sí.
Como saben de sobra si son lectores habituales de esta sección, aquí no van a encontrar ni recetas sobre cómo afrontar el confinamiento, ni observaciones sobre cómo nos va a ir en la crisis, ni las tendencias en comunicación que nos esperan cuando salgamos de este lodazal. Siempre tuve el modo gurú bastante desactivado, pero ahora creo que lo tengo absolutamente inactivo.
Así que vamos a lo que nos gusta, al costumbrismo loser de las largas jornadas de confinamiento. Es evidente que todos estamos descubriendo, en estos tiempos tan complicados, alguna parte de nosotros mismos que desconocíamos que existía. En mi caso, el mayor hallazgo profesional que he realizado mientras trabajo (o lo intento) encerrado entre las paredes de Can Piñol, es que echo muchísimo de menos terriblemente lo que más odiaba cuando teníamos la suerte de currar presencialmente en una agencia: las reuniones improductivas.
Sí, esas reuniones interminables en las que no sacas nada en claro. Ya saben, las que podrían haber sido sustituidas por un e-mail y aquí no ha pasado nada. Los brainstormings con mucha más storm que brain. Las que te pasas un rato (en general, más largo en Madrid y más corto en Barcelona) esperando a que llegue todo el mundo. Eso, si no eres tú el que llega tarde, que suele ser mi caso. Reuniones en las que deberíamos estar hablando del concurso, que a eso hemos venido, pero hasta que no analicemos punto por punto el último capítulo de La Isla de las Tentaciones, sabemos que no va a haber manera de empezar. Las presentaciones proyectadas de Excel ilegibles con sus celdas llenas de cifras indescifrables en cuerpo 5, en las que todo el mundo asiente como si supiera de qué va la cosa pero que, en realidad, nadie pregunta nada por miedo a que la respuesta sea aún más aburrida que la propia presentación. Las de tráfico en las que se comenta hasta la situación puntual (de esas en las que le falta un punto a alguna frase) de ese flyer trascendental para la marca. Las de cambio de oficinas para decidir en comité si las baldosas de 40 x 40 ó de 50 x 50. Las de coordinación en las que se coordina poco. Las de brief que uno no sabe por dónde empezar, ni lo sabrá hasta que queden menos de veinticuatro horas para la presentación. Las de ideas sin ideas.
Odiaba con exacerbada animosidad este tipo de reuniones. Pero ahora, llegan las 9 de la mañana y estoy deseando que, en los hangout y los meet que me esperan a lo largo del día, alguien se salga del guion y poder procrastinar un rato. Quiero que acabe una reunión para empezar otra y ver la cara de más compañeros aunque sea por esa ventana absurda e incontrolable para los incrédulos, como yo, en el milagro de las videoconferencias. Y adivinar cómo están. Y admirar cómo aguantan. Y que te entren ganas de llorar cuando acaba el día y sus reuniones virtuales. Quizás sea que no echo de menos las reuniones improductivas, sino que os echo de menos.
Sí, será eso.