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Rocío Paños, coordinadora de información y orientación de
Fad Juventud, indica que lo recomendable sería empezar con
una autorevisión por parte de los adultos que deberían ser el
primer espejo de los jóvenes, es decir, padres y educadores,
a los que les propone hacerse unas cuantas preguntas: ¿Qué
ideas preconcebidas tengo? ¿Cómo me han educado a mí?
¿Cómo estoy educando yo a mis hijos e hijas o a mi alumnado?
¿Qué mensajes estoy transmitiendo sin darme cuenta? “Pueden
ser cosas aparentemente insignificantes, como, por ejemplo,
dar por supuesto que mi hija o mi alumna tiene que ser más
tranquila, o que mi hijo o alumno tiene que ser valiente. Son
cosas muy sutiles, pero es importante poner el foco en ellas”.
El siguiente paso sería tratar de dejar de lado esos estereotipos
y ver a nuestros hijos tal y como son, fomentando sus fortalezas
y trabajando sus debilidades para educar personas libres y
responsables. El tercero sería establecer con ellos un debate
sobre lo que significan los estereotipos. “Con los más pequeños
podemos empezar por cuestionar que haya juguetes o colores
para niños y niñas o que los chicos tengan más facilidad para
ciertas asignaturas que las chicas”. El reparto de funciones y
tareas que ven, tanto en casa como en el centro escolar, también
transmite mensajes.
Otro punto clave, apunta Paños, “es fomentar la empatía y la
diversidad, porque van a ser antídotos contra la desigualdad. Si
enseñamos que todos somos diferentes y valiosos por nosotros
mismos será más difícil que calen los discursos de odio”. También
debemos educar en el consentimiento y en el respeto mutuo, de
manera que los jóvenes tengan claro que una relación afectiva no
puede existir sin ellos. Y crear espacios de diálogo, comunicación
y escucha activa que les permitan sentirse cómodos compartiendo
lo que les pase, sea bueno o malo.
Convencer a esos jóvenes que se sienten víctimas del feminismo
de que la igualdad no es un juego de suma cero en el que En definitiva, se trata, como indica Octavio Salazar, de “bajar
alguien (ellos) tiene que perder y que liberarse de los corsés del cielo de los grandes conceptos a las realidades concretas
de la masculinidad tradicional es algo que, de hecho, les y trabajar con ellos desde esa dimensión de lo cotidiano, de lo
beneficia, se antoja, en este contexto, todo un desafío. Para vivencial, incorporando también sus dudas, sus miedos, sus
empezar, indican los expertos, porque nos faltan herramientas preguntas. A veces cometemos el error de usar las mismas
y pautas de comunicación y de conversación que conecten con estrategias del ‘enemigo’ que queremos silenciar. Y así nos va.
los espacios, con el lenguaje y con las necesidades de los más Hasta que, además, todas estas cuestiones no se incorporen
jóvenes. “Estamos fallando en cómo transmitimos los mensajes, en los currículos escolares, de manera integral y central, y no
sobre todo porque no dejamos espacio para la esperanza. Lo como mero apéndice con motivo del 25N o del 8M; mientras
reducimos todo a dos extremos, o machista o feminista, que que no desarrollemos la dimensión preventiva y socializadora que
me parece que no son realistas, porque se trata de plantear un contienen todas las leyes de igualdad; mientras que no logremos
proceso de revisión que siempre será imperfecto, inacabado, traducir el feminismo en prácticas y en vivencias relacionadas con
en transición”, apunta Salazar. “Tenemos que insistir en las esas edades, estaremos condenados al fracaso. Es fundamental
alternativas, no tanto en la sanción o en la culpabilización. pensar y trabajar con perspectiva de futuro. Plantearles a nuestros
Apelar a la responsabilidad y al sentido ético de las propuestas. Y chicos hasta qué punto será insostenible un mundo en el que
en el caso de los jóvenes tenemos que escucharlos más, hacerlos continúen el machismo, las violencias o las injusticias sociales.
partícipes del debate y no soltarles la lección como quien les Solo desde esa clave de ‘lo común’ conseguiremos salir del círculo
obliga a seguir un catecismo”. vicioso en el que estamos”. #
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