El ruido de vestiduras rasgándose no parece detenerse a cuento del escándalo organizado por el despido de Julie Roehm, vicepresidenta de marketing communications de Wal Mart y la retirada de DraftFCB de la cuenta recién adjudicada. El mundo de la empresa parece tan ávido de carnaza como cualquier otro y en ese contexto no ha de extrañarnos el éxito del género rosa o por mejor situarlo, del gossip anglosajón. Sexo, cohechos, cenas en restaurantes de precios imposibles y paseos en deportivos de ensueño. El asunto tenía todos los ingredientes para convertirse en lo que finalmente se ha convertido, el escándalo del año. Pero si lo analizamos a la luz de la cultura empresarial imperante en nuestro país, y no a la de la estrechísima moral de una compañía como Wal Mart, las vestiduras deberían recomponerse inmediatamente. De hecho, podríamos decir que la famosa ejecutiva sólo cometió un error que aquí nos habría parecido grave. Desde luego no lo es dejarse invitar por un proveedor. Si pidiésemos a un publicitario que recordase la última vez que un anunciante, cliente o no, pagó una comida o una cena, muy pocos serían capaces de señalar un solo caso. Pero lo mismo podríamos decir de la pregunta: ¿cuándo fue la última vez en que una agencia pagó una comida a una productora? Aquí, el proveedor paga siempre y nadie sospecha que eso condicione el resultado de un concurso o la adjudicación de un presupuesto. En el fondo es equitativo: todos pasan por esa caja. ¿No es eso más escandaloso que el caso Roehm? Es verdad que en algunas compañías esto está cambiando y especialmente en el mundo de la distribución, en el que siempre han existido normas rígidas... excepto para las agencias. A la luz de nuestra cultura y despojándonos de toda hipocresía, lo que se alega hasta ahora (oficiosamente, eso sí) para el despido de Roehm serían aquí pecadillos veniales o prácticas habituales, excepto un detalle. En efecto, no parece demasiado inteligente defender públicamente a una agencia cuando se tiene que ser juez en un concurso en la que ésta interviene. No es que en nuestro mercado no ocurran cosas peores que ésta, y las agencias se enfrentan a ellas todos los días, pero nuestra moralidad no ve de la misma forma las cuchipandas en restaurantes de lujo a costa de proveedores que participan en una selección, que manifestar una predisposición antes de fallarla. Julie Roehm parece víctima de sus propios errores al menospreciar la cultura de su nueva empresa, pero también de la necesidad de ésta de recuperar su imagen de organización intachable tras los escándalos de un blog engañoso y un alto directivo (el segundo de a bordo) despedido y condenado por robar dinero de la compañía, evadir impuestos y aceptar cohechos. Y en el caso de DraftFCB podemos decir otro tanto: errores en un campo minado.
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