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# opinión
y
Elvira Navarro Escritora
Catetos Sigo desde hace unos meses en Instagram un proyecto de Jonás Bel y Rafael
globales Trapiello, Fueras paraíso, profundización de un trabajo anterior de estos
dos fotógrafos, 2013, en el que retrataron a 262 personas que les contaron
cómo estaban viviendo la crisis económica que desde hace más de diez años
nos fustiga. En Fueras paraíso, Bel y Trapiello se proponen continuar con
la misma labor a través de un territorio notoriamente damnificado por la
crisis (en la misma medida en que antes fue beneficiado por los fastos de
la “España va bien” de la burbuja inmobiliaria): la Comunidad Valenciana.
Yo reconozco que, además de por el noble propósito de estos fotógrafos,
me asomo a esas fotografías, en su mayoría desoladas y hermosas, por pura
curiosidad. Porque me muestran lugares donde nunca he estado, a menudo
al margen de cualquier circuito turístico, desde una mirada que no es la
habitual: profunda, respetuosa, silenciosa y asombrada. Decía el otro día
Manuel Vilas en un artículo sobre Madrid que una ciudad se conoce, además
de con tiempo, recorriendo también su periferia, yendo adonde nadie va, a
los espacios muertos, a sus límites inverosímiles y casi intransitables. El
conocimiento es exhaustivo o no es.
Fueras paraíso me lleva también a reflexionar de qué modo se le ha dado la
vuelta a la imagen del cateto, que era aquel que no había salido nunca del
pueblo, o de la ciudad de provincias, o de su barrio, y que se comportaba
como un palurdo, exhibiendo inevitablemente su ignorancia. El cateto en
España fue un estereotipo muy popular que dio lugar a películas como La
ciudad no es para mí, protagonizada por Paco Martínez Soria, quien encarnó
como nadie esa figura. Aún en los años noventa se tildaba a las personas de
pueblo o de provincias, o a aquellas que no salían nunca de su barrio y cuyas
experiencias y educación eran limitadas, de catetas.
Ya se usa poco esa palabra. Hoy que todos, o casi todos, viajamos (ya vivamos
en pueblos, en barrios periféricos, en ciudades de provincia), y que tenemos
un acceso inmediato, gracias a internet, a la información, las series, pelis,
etcétera, cuyo consumo nos hacen estar al día, no nos reconocemos como
catetos, como no viajados, como desconocedores del mundo. Parece,
además, que el acceso inmediato a la información supla nuestras carencias
educativas. Sin embargo, ese mundo que creemos conocer sigue estando a
menudo tan acotado como el pueblo, como la ciudad de provincia o el barrio
donde vivimos: no vamos más allá de las series que todo el mundo ve, de las
noticias que todo el mundo comenta, de los países a los que todo el mundo
Foto: Elba Fernández comemos en las mismas franquicias o en los mismos restaurantes típicos
viaja. Visitamos las mismas urbes, hacemos los mismos recorridos turísticos,
recomendados por la Lonely Planet, la Guía Michelín o el TripAdvisor. Nos
hemos convertido en catetos globales. Nuestra ignorancia lleva ahora un
maquillaje más sofisticado, que da el pego, pero es la misma de siempre. #
«Nuestra ignorancia lleva ahora un maquillaje más sofisticado, que da el pego,
pero es la misma de siempre»
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