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en los bolsillos y la cámara preparada. Ellas con su kalasknikov; yo con mi
cámara.
De la película asombra todo, pero un aspecto que sobrecoge es el
sonido. ¿Cómo lo hiciste?
Era una mujer orquesta: hacía de cámara, de sonido, de productora. Tenía a
la comandante microfonada con un direccional muy bueno y una grabadora
con la que registraba todo. Y como tenía todo el tiempo del mundo me
dediqué a grabar aviones, el sonido del combate, balas, explosiones…
El amor de Francesca, tu próximo proyecto, es un documental
sobre una mujer de 63 años de Barcelona que indaga sobre el amor.
¿Es esa otra guerra olvidada, la de las mujeres mayores?
Para mí, como mujer, es muy importante entender y explorar lo que han
significado aquí las pioneras, las que rompieron con lo que se suponía
que era ser mujer. Para nosotras es más fácil, porque nadie nos cuestionó
nada. Pero Francesca, como tantas mujeres, se ha enfrentado a todas las
convenciones. No siguió el camino que se esperaba de ella por dónde nació y
por ser mujer. Ella, que es artista, viene de una familia burguesa acomodada.
Se casó, se separó enseguida y después tuvo un hijo con un hombre que no
pertenecía a esa clase y ahora está sola, explorando las relaciones desde un
lugar que no es el que se le supone. Es muy interesante, es la historia de
alguien que se construye y reconstruye según quiere y no según el paradigma
que le tocó.
Qué contraste: de la guerra y las carreras, al amor y a la reflexión
sobre lo que quiere tu protagonista.
Sí, y a rodar en casa, en Barcelona. Lo necesitaba. Francesca y yo somos
compañeras de piso. Necesitaba estar con mis amigas. Tras la guerra, quería
mirar a la gente que conozco bien, a una red más próxima. Pero el lunes hago
un paréntesis y me voy a Siria otra vez.
¿Otro proyecto en Siria?
Sí, vuelvo a un campo de detención donde hay viudas del Daesh. En ese
campo hay más de cien mujeres occidentales, algunas en una especie de
limbo legal, algunas con los hijos que han tenido con los combatientes, con
los fundamentalistas. Están atrapadas, y no tienen ningún recurso para salir
de allí. Hacen llamamientos a sus países de origen, pero no les responden.
Al principio no tenía claro si me apetecía hablar con esas mujeres: no sabía
si podría sentir simpatía por ellas. Pero luego estuve investigando, oyendo
sus historias y han vivido unas situaciones de violencia atroz. Han pasado
por situaciones inimaginables. Y a la pregunta de si nos merecemos una
segunda oportunidad, si es posible volver a empezar, yo digo que sí. Ese
campo está custodiado por las mujeres del YPJ, que creen que la educación
puede cambiar el mundo. Quieren montar un taller feminista y yo quiero
seguirlo y ver qué ocurre. Voy un par de meses. Cuento con todos los
permisos y complicidades; me falta convencer a cinco de esas mujeres para
que participen de una forma sincera. #
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