
Escribo hoy, jueves 4 de febrero, aún conmocionado por la noticia. Triste. Mucho. Ha muerto Carlos Rolando. Pido perdón por el desorden y la pequeñez de estas palabras, pero siento la necesidad imperiosa de escribirlas.
Mi agenda sigue anunciándome, testaruda, que mañana viernes Carlos me espera en su casa a las diez. Quería desayunar conmigo para contarme una idea que según él me iba a encantar (claro que me iba a encantar, estoy seguro). El asunto de su último mail rezaba sencillamente: “I need you!”. Qué espantosa paradoja sentir cuánto le voy a necesitar yo de ahora en adelante, cuánto voy a dejar de aprender.
Conocí a Carlos demasiado tarde, aunque admiré siempre su trabajo. Y su pensamiento. Su estatura profesional me parecía inalcanzable, y yo soy un hombre tímido. El libro que escribió junto a Frank Memelsdorff para promocionar su estudio es uno de los pilares de mi formación. Ojalá supiera dónde lo puse.
Para aprovechar el tiempo perdido intenté juntarme con él y con Marçal Moliné tantas veces como pude en comidas que fueron siempre lecciones magistrales de sensatez e inteligencia (espero, deseo, poder disfrutar aún muchos años de esas comidas con Marçal).
He confesado demasiadas veces que mi auténtica vocación frustrada es el diseño gráfico. Lamentablemente no sirvo para ello, no se me concedió ese don. Pero creo que hay algo de la disciplina y del pensamiento del diseño en mi manera de aproximarme a la publicidad. La obsesión por el análisis riguroso, por el concepto, por el largo plazo, por la estrategia. De todo ello recibí lecciones impagables de Carlos.
Su lucidez y su capacidad para leer los tiempos era legendaria. Y para resumirlos concentrados en conceptos sencillos y profundos. Recuerdo el día que me explicó la crisis en una frase: “Hemos pasado de una economía de demanda a una de oferta, Toni. Eso lo cambia todo.” Sigue siendo cierto, y sigue sin ser comprendido por la inmensa mayoría. Lo obvio es aquello que hemos dejado de ver, y él te lo devolvía constantemente a la cara, fresco, renovado, para que lo entendieras. Hacer comprender cosas complejas era su oficio.
Hace 20 años me recomendó una revista que acababa de nacer: era Fast Company. Conseguí una y le eché una ojeada ¿Qué demonios hacía un diseñador gráfico leyendo eso? Carlos siempre entendió que su trabajo era un instrumento de gran importancia (en algunos casos de la máxima importancia) en la construcción de valor para las empresas. Por eso le interesaban los negocios, la economía, el dinero: su terreno de juego.
Otro día, durante una de nuestras comidas, comentó una noticia del New York Times. Algo sobre Apple y la televisión, creo recordar. Lo hacía a menudo. Yo le hice una pregunta absurda: “¿Lees el ‘New York Times’, Carlos?” Su respuesta aún hoy me hace sentir profundamente provinciano y ridículo: “¿Tú qué lees, Toni?”
Carlos estudió Arquitectura y Arte, y forma parte de esa maravillosa generación de diseñadores argentinos que, educados en una universidad extraordinaria (la que recibió como profesores a los intelectuales y artistas que huían de la Segunda Guerra Mundial), aportó a nuestra profesión un componente que nunca habíamos tenido y del que seguimos careciendo: nivel, profundidad, cultura. Aún estamos a tiempo de agradecérselo.
El me reveló la línea directa que une la revolución de Bernbach con las vanguardias europeas vía las ediciones americanas de las grandes revistas de moda, con ese epicentro al que casi siempre hay que regresar llamado Paul Rand. El formó parte, de algún modo, de esa corriente que nos cambió y de la que sabemos tan poco.
Fue el mismo Paul Rand quien le hizo abandonar la lección inaugural de un máster de Diseño en el que daba clases, cuando descubrió que ninguno de sus alumnos sabía de quién estaba hablando. Se fue para siempre de aquel lugar no sin antes explicar sus motivos: “Estudiar Diseño Gráfico y no conocer a Paul Rand es como estudiar Arquitectura y no conocer a Le Corbusier”. Entendía la vida y el trabajo desde la máxima exigencia.
Fue jurado del Communication Arts mucho antes de que ninguno de nosotros supiera que esa publicación fundamental existía. Estuvo a punto de unirse a los fundadores de Pentagram, la gente que reinventó el diseño en el mundo. Era un grande, muy grande, tan grande que si hubiera vivido en Nueva York y hubiese trabajado en inglés hoy llenaría las páginas de los periódicos que él leía. Y si no lo hizo, si no trabajó en Nueva York y en inglés, fue porque decidió vivir bien, aquí, entre nosotros. Otra demostración de su inmensa inteligencia.
Escribió las mejores reflexiones que conozco sobre la realidad y el objeto de su trabajo. Aún hoy en su web podéis disfrutar de su talento en algún breve texto. Yo los acabo de releer. Me ha arrasado una insuperable sensación de pérdida, de desconsuelo.
No puedo evitar sentir que este oficio al que amo tanto es a partir de hoy menos interesante, menos inteligente, menos serio.
La última vez que le vi fue esta Navidad. Nos tropezamos en la calle, cerca de su casa. Nos abrazamos fuerte. Destilaba su entusiasmo habitual, un entusiasmo que no encuentro en la mayoría de los jóvenes que hoy llenan nuestras agencias. Estaba, como siempre, lleno de proyectos. A sus 83 años. Ojalá yo sea capaz de llegar al final como ha llegado él. Quedamos en vernos pronto porque tenía que contarme cosas.
Después llegó su mail.
I need you Carlos.