
Recuerdo la cara que mi madre y mi abuela pusieron cuando les enseñé a usar Skype para comunicarse conmigo durante mi vuelta al mundo, allá por 2010.
A quienes experimentan un avance tecnológico maravilloso por primera vez les delata su expresión de asombro, esa mezcla de ilusión e incredulidad casi infantil, como quien ve un truco de magia.
Durante este confinamiento, todos hemos visto caras así en multitud de profesionales de la publicidad y el marketing. Lo sorprendente era que no estaban probando la última realidad virtual, sino una simple videollamada. ¡Todo funcionaba! ¡Y el trabajo estaba bien!
Ha tenido que llegar una pandemia para conseguir que en pleno 2020 todos nos lancemos a probar formas más ágiles de trabajar y colaborar.
El caballo de Troya de esta revolución es software como Zoom, Teams, Bluejeans o Hangouts. Pese a los problemas de privacidad y seguridad de muchos de ellos, su curva de adopción y su cotización han subido al ritmo exponencial del COVID-19.
Pero ni la pandemia, ni las videollamadas son Cisnes Negros de NN Taleb. Al contrario, sabíamos de estas posibilidades desde hace mucho tiempo.
De hecho, las videollamadas fueron inventadas en 1936 por los nazis. Y ya hace más de una década que los expertos nos hablan del trabajo en la nube, la deslocalización de equipos o el fin de las jornadas laborales lineales y las oficinas tradicionales.
Como prueban esas caras, estos conceptos se consideraban palabrería propia de start ups y freelancers. Hippies de la vida.
Si acaso, para las agencias creativas el trabajo remoto era un capricho imposible, una excepción solo al alcance de unos pocos clientes y sectores afortunados. “Lo nuestro no se puede hacer así”, “los clientes quieren ver gente”, “se liarán con la tecnología”, “los creativos necesitan verse”…
La crisis nos ha dado perspectiva: quizás no faltaba confianza en la tecnología, faltaba confianza en los empleados.
Con el glamour de los MadMen extinto, los márgenes más reducidos que nunca y los alquileres en Madrid y Barcelona disparados, me cuesta encontrar argumentos para que las nuevas generaciones (y, en general, todos los que hemos hecho nuestra carrera entre dos de las mayores crisis de la historia) sigamos ejerciendo este oficio de la misma forma y desde los mismos lugares que nuestros antecesores.
Más confianza en los empleados y en el teletrabajo no solo pueden hacer nuestra industria atractiva de nuevo. También pueden abrir la puerta a nuevos modelos de agencia, estilos de vida y sociedades más sostenibles.
Si es verdad que algunas cosas solo se aprenden a tortas, puede que esta haya sido por nuestro propio bien.
Ferrán López es director creativo ejecutivo de McCann