No es esta publicación el lugar más adecuado para hacer un diagnóstico certero y en profundidad sobre la situación de la industria discográfica. Ni es el asunto que tratamos, ni tenemos los conocimientos precisos. Sin embargo, no resulta arriesgado afirmar que la distribución y descarga de música a través de medios electrónicos sin pagar por ello los derechos lógicamente exigibles ha trastocado, seguro que definitivamente, su modelo de negocio, basado en la venta de música grabada. Tampoco el sector de los discos ha estado muy rápido ala hora de reaccionar ante la situación, empeñado en una lucha vana contra la piratería.
Las cosa, sin embargo, parece que están empezado cambiar, tal y como se pone de manifiesto en el reportajes sobre las nuevas formas de relación entre las marcas y la música que publicamos en este número. La cuestión básica es que la música no ha perdido ni un ápice de su atractivo, antes al contrario, especialmente entre el público joven; lo que está dejando de tenerlo es la fórmula tradicional de comercializarla y cobrarla. Y es en la ola de se atractivo y de los problemas de las discográficas donde se instala la tabla de surf de las marcas para aprovecharla y, al mismo tiempo, hacerla más potente. En un panorama de medios en plena transformación y en el que además los jóvenes no son fáciles de ubicar, las marcas está encontrando en la música y en sus intérpretes potentes vehículos de promoción. El asunto no es nuevo, está claro, el patrocinio de giras es una herramienta casi añeja, pero sí nuevo, quizá el hecho de que una cantante como Madonna estrena un tema en un spot televisivo, o que compañías como Starbucks o Movistar creen sus propios sellos discográficos, o que las marcas generan sus propios ciclos de conciertos o festivales, o que ayuden a las discográficas y distribuidoras, mediante publicidad, a posibilitar las descargas gratuitas de música… No deja de ser sintomático, en medio de este movimiento, que los Beatles hayan puesto el grueso de su catálogo a disposición de los anunciantes.
Las discográficas, por su parte, están tomado nota y ya empiezan a firmar contratos con los artistas en los que participan de todos los ingresos que éstos y su obra generen, incluyendo todo lo relacionado con las vinculaciones de los artistas a las marcas. Se diría que éstas han ganado el poder de difusión de la música que la industria del disco ha perdido, lo que ha propiciado la creación de un nuevo escenario (y nunca mejor dicho) en el creciente panorama de lo que se ha dado en llamar branded entertainment.
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