Quienes odian a esta chica, dicen de ella que es un producto del marketing.
Algunos, incluso, se atreven a trazar un perfecto dibujo de ese producto, con todos sus vicios y sus sombras, con sus excesos, escándalos y carencias.
Yo, en cambio, por mucho que lo intento, sólo veo un pájaro. En aquel concierto que vi el otro día había un pájaro perplejo que, sin dejar de cantar, buscaba angustiosamente a su novio por todo el teatro.
Vi un pájaro al que se le transformó el pico en sonrisa, cuando por fin localizó entre sus fans a aquel tipo carcelario y un poco malencarado con el que vivía.
Aquella sonrisa, la que le vi entonces, no era la de una diva ni la de una reina. No era la sonrisa de la diosa del soul, ni la de una marquesa del cool; no era eso. Era la sonrisa de un simple pájaro.
Ella allí, a su aire, picoteaba en una copa y conseguía sacar una a una las notas exactas, el ritmo descabalgado y perfecto, y esa textura en la voz que no se aprende en ninguna academia.
Esa belleza, o viene de fábrica, o no viene nunca.
Es verdad que era un animal que tenía la voz rota, pero es que hasta la voz se le rompía exactamente por donde debía.
Reconozco que en aquel concierto quedé absolutamente atrapado por su imperfección y su rareza.
Hay algo hipnótico y barbitúrico en ella, que no permite que Amy sea un producto, (demasiado imperfecta para serlo o demasiado real para serlo).
En ella --había y hay-- ese algo más que transciende lo obvio.
Es ese toque mágico que tienen algunos genios, capaz de conjugar el cuerpo con la voz, la ropa con la música, los vientos con la desgana, y que consigue transformar todo eso un valor que va más allá de lo lógico; y por supuesto, del marketing.
Estaba yo pensando ahora que los anuncios que me han impresionado en esta vida son como Amy: imperfectos en algo, rudimentarios en cosas, pero tremendamente seductores y potentes en su idea.
Son capaces de soportar el tiempo; y van más allá del blanco y negro o de cualquier estética.
Son esos anuncios de verdad que todos querríamos haber hecho y que ninguno nos explicamos cómo no se nos han ocurrido a nosotros antes.
Por eso me sigue pareciendo curioso que algunos sigan empeñados en fijarse en el dedo de Amy o en el traje que llevaba el protagonista de aquel anuncio, en lugar de mirar el maravilloso cielo que nos regalan.
Amy forever. The good advertising, too.