Algunas señorías me saltaron al cuello y vinieron a decir que en la privada había tanta o más corrupción. Me defendí recordando que si estaba allí era porque ellos me habían llamado para conocer lo que se decía y que me podía haber quedado en mi casa. Un amable senador me pidió disculpas viendo la cara de susto que yo debía tener.
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