Si existiera un Club de Publicitarios Anti-Postureo, este sería, sin duda, uno de los clubs más minoritarios del mundo. Y tú, querido Mel, su presidente y vicepresidente. Y su vocal 1º, 2º y 3º. Y su tesorero. Y, probablemente, su único socio.
De ti aprendí que se puede ser un brillante publicitario (uno de los poquísimos con un Gran Prix de Cannes en el saco) sin irlo pregonando, desvergonzadamente, por los pasillos.
De ti –y de El Sueco (Kjell Agarp)- aprendí que un director de arte tiene que ser, ante todo, un publicitario. Y no un simple decorador de anuncios. O, al menos, debería de serlo.
De ti aprendí que repartir, jerarquizar y equilibrar pesos (¡que gran expresión la tuya, Palacios!) en un anuncio es la principal misión que debe tener un director de arte. Más importante, quizás, que decidir una bonita tipografía o una sugerente imagen.
De ti aprendí que sí, sí se puede ser un gran profesional y una enorme persona. Cosa, lamentable pero cierto, no tan habitual como sería deseable.
De ti aprendí que nuestra maravillosa profesión puede convertirse, de hoy para mañana, en la profesión más injusta, traicionera, olvidadiza y desagradecida del mundo.
De ti aprendí a amarla hasta la locura, a pesar de todos los pesares. Y a pesar de ciertos y siniestros financieros.
Y de ti aprendí, en tu exilio catalán en aquella inolvidable RCP, que no todos los madrileños vais engominados ni “peinaos p’atrás”. Y que, incluso siendo forofos del Real Madrid, la mayoría sois maravillosas personas. Y que la cervecita de antes de irse a casa es una gran tradición, por muy incomprendida que sea por aquí. Y que el cocido, aunque parezca extraño, no tiene nada que envidiarle a la escudella. Y que hay un chaval muy joven, a quien llaman El Buitre, que parece que va a ser la hostia…
Me imagino, Palacios, que allí donde estés y siendo como eres, considerarás innecesarias e inoportunas estas letras que, desmintiendo a Saramago, sí han humedecido mi teclado.
Pero permíteme decir, en homenaje a tu fantástico, irónico y ácido sentido del humor… que la ocasión se lo merece.
Un abrazo y hasta siempre, compañero.
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