La primera vez que fui jurado en Cannes fue en el 2009. Éramos 22 los que nos sentábamos en una mesa en U. Para un mendocino, ser jurado en el festival más importante de la publicidad era tocar el cielo con las manos. Con el tiempo, sin embargo, nuestra capacidad de asombro va bajando. Esta vez, el deslumbre se transformó en análisis. La gran diferencia entre 2018 y aquel 2009 fue el jurado. Pero no la calidad o la efusividad de los participantes, no. La gran diferencia fue que éramos 50% hombres y 50% mujeres. Era la primera vez que me encontraba con esta paridad en un festival. Esto hizo que las discusiones y los argumentos fuesen nuevos. Diferentes. Muy sólidos. Arrojando luz sobre aspectos en que no habíamos reparado antes. Fue muy, pero muy, enriquecedor. Quiero más mesas como esta en los próximos jurados.
La votación estuvo muy reñida en casi todas las piezas. Había una muy marcada presencia Alemana (3 jurados de 11 es mucha gente) y los bloques se hacen indefectiblemente latinos contra anglos. Los nórdicos o los asiáticos (en mi jurado no había) son quienes fluctúan entre ambos bandos. Es fascinante ver cómo llegamos a los mismos resultados, pero por caminos diferentes. Cómo lo que para unos es algo novedoso, para otros es cosa del pasado. Es lo lindo de que todos seamos diferentes. Se pueden descubrir varias aristas en un mismo sujeto. Por eso, cuando mis creativos se frustran porque su pieza no ganó, les digo que no se preocupen demasiado. El resultado de los festivales es la opinión subjetiva de un grupo de seres humanos en un determinado espacio de tiempo, con condiciones que no siempre son las óptimas. Nada más. Hay demasiadas variantes que influyen a la hora de juzgar. Lo importante es sentirte orgulloso del trabajo que presentás. Si gana, mejor. Si no, a seguir laburando. Tampoco es que trabajemos picando en una mina o faenando en alta mar, así que menos quejas y más laburo.