Querido director:
Muchas gracias por recoger nuestra jornada conjunta con la RAE en tu publicación y por dedicarle espacio, encuesta e incluso editorial.
Acerca de este asunto creo que no se ha puesto énfasis en un aspecto fundamental que me gustaría poner de relieve. ¿Qué nos jugamos en todo esto? Nos jugamos una herramienta con un valor económico y cultural enorme, que es nuestro idioma.
Creo que no somos suficientemente conscientes de la fortuna que supone tener una lengua en común con 500 millones de personas. ¿Podemos afirmar que nuestras empresas tendrían una actividad internacional como la actual si hubiesen tenido que empezar a operar en Latinoamérica partiendo de un idioma diferente? Sin duda, no. ¿Y si en esos países el idioma oficial hubiese sido el inglés, habríamos tenido las mismas oportunidades? Tampoco. Gracias al español tenemos empresas más fuertes y más puestos y oportunidades de trabajo. Es así de sencillo.
Imaginemos que esta moda que vivimos (creo que con los estudios presentados no se puede poner en duda que el inglés nos invade desde los medios de comunicación, aunque nosotros estemos legitimados solamente para hablar de su contenido publicitario) se extiende, como ya ocurre, a otros países y se prolonga en el tiempo. Tendremos lo que yo llamo el efecto tenagera rapeada. Un titular tomado de un diario a un país hispanoamericano, que no citaré, y que significa "quinceañera violada". Si cada país adopta y adapta palabras del inglés a su manera puede ocurrir que en pocos años no nos entendamos. En nuestra jerga tenemos más de un caso. Por ejemplo, merchandising en España quiere decir productos licenciados, mientras que en el resto del mundo es, en general, toda actividad en punto de venta. Cada año a mis alumnos de máster procedentes de países hispanohablantes debo ponerles al día de estas peculiaridades. Al fin y al cabo, podemos pensar, se trata de jerga profesional, pero ¿qué pasaría si esto lo trasladásemos al habla común? ¿Si las peluquerías fueran en un país barber's shops, en otro coiffures, y en otro hairdressers? ¿Y si en una reunión se dijera que algo es barato y mientras uno entendiese que lo están insultando otro pensara en low cost? ¿Y cuando, tras haber arrinconado una palabra tan cervantina y bella como corredor para sustituirla por runner, hagamos lo propio con el verbo y empecemos a decir que nos vamos a runear, nos entenderán en Ecuador?
Seguro que hay miles de ejemplos. Uno a uno, poco importantes pero, todos juntos, pueden poner en peligro nuestra riqueza común, la verdadera Marca España.
Recientemente me entrevistaron en La Ser por este tema. En esta emisora hay más de un programa con títulos en inglés y los indicativos musicales son sistemáticamente temas en ese idioma. Es una emisora generalista. A continuación y en el mismo programa entrevistaron a Reyna Grande, una escritora chicana venida de Estados Unidos para presentar su última novela. En media hora larga de entrevista esa mujer, que cruzó la frontera con 9 años, hace ya treinta, no pronunció ni una, repito, ni una sola palabra en inglés. Además de por su personalidad, por ello logró emocionarme.
Los publicitarios tenemos que vender, es nuestra primera obligación. Pero igual que vendemos teniendo mucho cuidado de no ofender, ni difundir malos hábitos, ni perjudicar a la infancia, etcétera, deberíamos tratar de hacerlo cuidando esa riqueza común que permite a nuestras empresas vender más y mejor, y a nosotros y a nuestros hijos tener un horizonte cultural y laboral mucho más amplio. O, cuando menos, intentar no perjudicarlo gratuitamente.
No se trata de recriminar a nadie: quien no haya colocado nunca una palabra en inglés en un anuncio, que tire la primera piedra. Desde la Academia de la Publicidad, con el apoyo de la RAE, solamente invitamos a la profesión a que levante la cabeza y se asome al panorama que nos rodea y, a continuación, que cada uno, profesional de agencia o anunciante, haga lo que crea oportuno.
 
David Torrejón es miembro de la Junta Directiva de la Academia de la Publicidad