Sé que esta no es una columna de un diario económico, pero no se puede negar el hecho de que la publicidad debe ayudar a crecer en ventas y por ende a la generación de riqueza y crecimiento de las empresas a las que sirven. Igual, por otra parte y mirándolo bien, es posible que se vayan a la mierda por culpa de los publicitarios, también. #Reflexión. Desde la famosa quiebra del Superman de pega Ruizma, (cosa predecible, por otro lado) y el arrastre de marcas famosas de la abeja ramplante como Dhul, Apis, Trapa, etcétera, vinieron sucediéndose las sorpresas de bancarrotas de empresas y marcas muy conocidas e incluso importantes por su calado histórico y contrastado prestigio. Nos sorprendió a principios del año 2013 lo de Pescanova, a los que la pregunta de "pero… ¿tú tienes estudios, piltrafilla?" no debió contestar nadie, a tenor de las grandes tropelías y despropósitos contables cometidos. El (los) contable, desde luego, no. Un piltrafilla español más, con bolsillos llenos. Un lío, un Cacaolat. Ah no, que eso es de la abeja.
En peligro de extinción
Ahora, y solo tres años después de lo de Nueva Rumasa y a menos de uno del caso Pescanova, aparecen compañías como Panrico, y marcas y productos en peligro de extinción como Donuts. Alucinante, porque además del desorden mental que nos provocan a los de antes de la Logse, es decir a los que campamos sobre los fortysomething… y pico, nos da mucha pena. Pena, nostalgia o vete tú a saber qué es, pero no es bueno.
Junto con el mal hacer financiero, se van a la quiebra años y años de buenas ideas, campañas y construcción de marca que no volverán, salvo que a algún inversor despistao le dé por invertir en los desdichados restos mortales de lo que fueron compañías claves de la economía española que ahora está herida de muerte. Al menos en la UVI. Muchos expertos dirán que lo tienen bien merecido por seguir en el siglo XXI con las cuentas de la abuela Clotilda y con una gestión familiar trasnochada y antigua. Y seguramente tendrán razón, pero yo no soy experto en matracas, ni lo quiero ser. A mí me dan pena los valores publicitarios que perdemos con estas marcas y los gratos recuerdos de campañas inolvidables que recordaremos toda la vida porque forman ya parte de la nuestra.
Estoy recordando algún comentario que ya hice al respecto de algo similar, cuando aquella tropelía de los hijos de fruta de la manzana con el Tío Pepe. Pues lo mismo, pero con los Donuts. Ya no se respeta nada, madre. Y así nos va. De hecho creo que ya no le importa a casi nadie, o nos hemos acostumbrado a esta especie de muerte lenta pero continuada de lo que éramos. Que ¡no éramos tan malos, leche! Porque es que a uno le dicen que Darty se va de España, y bueno…, pasa. O que la editora de la revista Penthouse (por ser internacionales) está en quiebra y ya no cotiza en Nasdaq, le duele a uno, sí, pero no como si te quitan los Donuts en el recreo, eso no, eso es peor. Porque los Donuts no se tocan.
Empaquetado
Ahora me entero que fue el Donut empaquetado el que mató a Panrico. Oyeron bien, no un Donut envenenado, no, uno empaquetado. Toda una inversión del siglo XXI de ‘x' millones de euros para estar a la última porque en 2009 Panrico invirtió 35 millones de euros en envasar en plástico su producto estrella y que perdurara más tiempo fresco. Pero, ¡con lo bien que nos los comíamos en el recreo del cole envueltos en papel! Con todo aquel azúcar pegajoso en los dedos... Como en la famosa canción ochentera Video killed the radio star, vino el donut cósmico del siglo del progreso y se cargó a la compañía entera. Bueno, las cuentas de la abuela, también ayudaron.