Como una de tantas expertas en marketing y comunicación de las que leen esta revista, dedico gran parte de mi tiempo al pensamiento lateral o lo que es lo mismo, a la creatividad.
Me declaro fan de los maestros y maestras made in USA que siguen llevando la avanzadilla y a menudo descubro cómo ellos encuentran en las palabras un filón de innovación lleno de posibilidades. Este verano mi palabra estrella, o hablando con propiedad creativa, el concepto elegido, ha sido una orden: ¡Autorízate! He invertido al menos doscientas horas en tirar del hilo del ¡Autorízate! de la mano de una de las personas más autorizadas en materia de liderazgo que conozco. Docente universitaria y ensayista. Con varios libros publicados. Y cientos de lectores interesados en su pensamiento. Según ella somos nosotras, las féminas, las que más nos empeñamos en gustar, desautorizándonos a hacer cosas que puedan disgustar a los demás. Autorizarse es mucho más que darse permiso, es tomar conciencia de que la autoridad posiblemente esté en uno mismo. En cualquier caso, la toma de conciencia de que uno o una es el máximo responsable de darse o reconocerse facultad y derecho para hacer que lo que quiere que ocurra. Los anglosajones hablan de empoderarse, pero me gusta menos. Cuando le cuestioné a mi maestra el valor de la recompensa, mi imagen de mujer autorizada se desvaneció. La cuestión en sí misma me sustraía el calificativo. Si la autoridad es el prestigio y crédito que se reconoce a una persona o institución por su legitimidad o por su competencia en alguna materia, autorizarse es ponerse en valor a uno mismo. Así pues, autorizarse es permitirse ser auténtico: fi el a tus orígenes y convicciones rechazando la idea de que es posible gustar siendo lo que no somos. Pero si tus convicciones son seducir a toda costa, ¿qué pasa? Soy mujer y publicitaria. Seducir es mi oficio. Pero hasta el diccionario de la RAE define seducir como engañar con arte y maña. Así que este este verano he aprendido a invocar el mandato: ¡Autorízate! como un grito de guerra para invocar de forma innovadora el viejo concepto de autoestima. Y he pensado que seducir devalúa. Ya no toca. Se trata de atraer. Y nada atrae más que la autoridad. Ser una profesional del marketing y la comunicación no es trabajar de pianista en un burdel. Y si lo fuera, ¿qué? ¿Habría de qué avergonzarse si eso es lo que nos gusta hacer? Solo en el caso de que trabajar en un burdel no sea nuestro objetivo.
Intercambio
Nuestro oficio consiste en contribuir a la generación de riqueza proporcionando a nuestros clientes ideas creativas para incrementar su potencial de intercambio. Unas ideas que ellos no tienen y nosotras, sí. Somos pues muy valiosas. Además nosotras sabemos que el orgullo de ser quien eres y de hacer lo que haces da beneficios. Utilizamos el recurso a diario en forma de testimoniales sabedoras de su eficiencia... ¿Por qué nosotras vamos a ser menos que una actriz o una ama de casa? Autoricémonos a incrementar nuestro atractivo presumiendo de oficio o, lo que es lo mismo: de criterio. Autoricémonos a ir por la vida presumiendo de publicitarias, marketeras o PR y hagamos de nuestro propio testimonial un león de oro. Autoricemos a ser más visibles y a ser más protagonistas. Así movemos ficha. Así hacemos un mejor negocio. Aquí más: www.diferenciologa.com .