Pues no, señores, la noticia del Campamento de verano publicitario no es la increíble pero cierta visualización televisiva de las tetas de Karmele Marchante en el programa del mismo nombre que esta columna (malditos copiones), ni tampoco el culebrón del fichaje de Bale por parte del Real Madrid.
Está claro que la gran noticia del verano tampoco era la ausencia de medusas en la playita, ni la enésima vez que oímos aquello de "el verano más caluroso de la historia". No era nada de esto, sino la fusión nuclear entre Publicis y Omnicom. Una bomba económica y estratégica del sector publicitario mundial que no deja a nadie indiferente. La cosa es muy bestia. Algo así como si los gigantes transformers (Ya sabéis, que los autobots y los decepticons son dos razas alienígenas mecánicas, que luchan entre sí para conseguir el destino del universo, y bla, bla, bla…) firmaran la paz, y no solo eso.
El caso es que tras cientos de años de batallas y cruentos enfrentamientos, transformaciones y reinvenciones, adquisiciones y compras mil para batir al enemigo, se unirán en uno solo. Autobots y decepticons fusionados para formar el supermegatransformer. la criatura publicitaria más brutal y gigante de la historia. Mazinger Z para los más adultos.
Dicho así, te imaginas un brazo hecho de DDB, las manos de BBDO, pierna izquierda Saatchi, la derecha el otro Saatchi , los pies Leo y Burnett, y la cabeza… bueno lo de la cabeza es más complicado siempre.
La cabeza, bicéfala, como los buenos monstruos de las historias medievales. El lateral cerebral izquierdo de Publicis, Maurice Levy, y el lateral occipital derecho hecho de materia gris del jefe de Omnicom, John Wren. Un sumatorio de más de 130 años de historia de la publicidad, porque ya no son unos niños, que dirigirán al Mazinger Z de la comunicación, sin Afrodita A, ni "pechos fuera", ni nada. ¡Levyren, el autodecéptibot!.
Metales pesados recauchutados y amasijados a lo bestia. Mucho metal y mucha pasta. También bastante chatarra, porque mucho hierro veo yo ahí como para que se mueva bien este bicharraco.
Pero estas cosas de tanto hierro no se funden porque sí, ni se fraguan como un chiste como se ha tratado de dar a entender entre dos super-ejecutivos de pachanga por La Croisette de Cannes. Se  fragua a fuego lento hasta estar al rojo vivo, y se hace concienzudamente a golpes de yunque si es necesario, porque vivimos en el mayor proceso de cambio en la comunicación jamás vivido, y los del sumatorio de 130 primaveras lo saben. Ni los clientes ni las inversiones son las mismas ni se invierten en lo mismo. Hay que tirar de yunque para dar un gran golpe, aunque sea de efecto, porque por lo demás no creo que esto sea una gran revolución más allá de las macrocifras que solo ven los Supertacañones de siempre.
Mucho se está hablando de la reacción de los anunciantes. Seguro que la recepción por parte de los grandes clientes del nuevo Mazinger Z Levyren será buena, contraria a lo primero que se le viene a cualquiera a la cabeza, que es: ¿cuánta gasolina necesitará esta bestia para moverse y cuánto me corresponde a mí? Firmarán y punto. En esto si que se parece al caso Bale, se firma y punto. ¿Qué dices de 100 millones de nada…?, se firma y punto. Luego los 91 millones hasta parecen un buen negocio.
Powerpoint
Alguien se encargará de contarles lo de siempre: "cuanto más grande. mejor", "el tamaño sí importa", "Estáis con el más fuerte", "somos líderes en todo el mundo", etcétera…  Eso que en resumidas cuentas encontramos en los primeros diez slides de cualquier presentación Powerpoint de gran compañía que se precie de serlo.
Solo que a alguien se le ha olvidado en estos grandes holdings algo importante. Nuestro negocio no solo es fuerza y músculo, sino eminentemente una actividad de la parte gris que es capaz de activar emociones, sentimientos y hoy por hoy reacciones compartidas y participativas interactivamente. Este es el alma de lo que hacemos. Al Mazinger , autobot o decepticon este, le falta alma. Esa que muchas grandes firmas históricas de la publicidad se esforzaron por conseguir y transmitir a sus clientes y que se veían reflejadas en las grandes acciones, ideas, campañas  y citas de gente como Bernbach, Ogilvy, J.W. Thomson…, pero que al fundirse en grandes grupos perdieron su espíritu de alguna forma. Sí, se llaman igual, pero ya no son lo mismo. Me quedo con el Chevrolet Camaro, los Pontiac o los GMC sobre sus cuatro ruedas en el asfalto antes que con Optimus Prime (líder de los autobots, para los de la LOGSE)  y toda su chatarrería puesta de pié altivamente desafiante. Prefiero el asfalto.
Esos coches antológicos son los Don Drapers que ya no volverán, pero que se anhelan en las carreteras. Cosas de la vida capitalista y la macroeconomía. Al menos siguen vivos en los nombres de algunas de las compañías que crearon para su recuerdo. Ninguno era decepticon, ni autobot ni Mazinger, pero sí auténticos transformers de cómo se entendía nuestro sector y motores conceptuales de todo un ejército de buenos y talentosos profesionales durante muchos años. Alguno queda gracias a Dios fuera de los despachos de arriba, hoy plagados de economistas y financieros.
Poco más, tan solo recordaros queridos lectores, que la publicidad es un juego de creativos con talento que se creen listos, gestionados por ejecutivos sin talento pero aún más listos, dirigidos por directores financieros más listos todavía y en el que siempre, siempre queridos niños, gana Sir Martin Sorrell.
Welcome back to school. Nos vemos en la carretera.