No, no voy a ponerme a analizar un tema tan polémico desde el punto de vista de los derechos de unos y otros. No quiero salir escaldado. Aunque a lo mejor lo salgo igual. Suponga el lector, si sus convicciones se lo permiten, que la reforma, desde un punto de vista ortodoxo, es correcta para animar un mercado laboral moribundo. La pregunta es: ¿estamos preparados como sociedad para apechugar con ella?
Venimos de una tradición de décadas, muchas, en las que el gran objetivo de los individuos era conseguir un empleo seguro. Los de mi generación, y varias que la siguieron, conocemos muy bien el ejemplo de los ejemplos: el banco. A todos nos han dicho en algún momento de nuestra vida aquello de: "¿Y por qué no haces unas oposiciones a un banco? No ganarás mucho, pero es para toda la vida". Esa ha sido la mentalidad dominante en este país. Natural, por otra parte, viniendo de una dura posguerra, unas empresas públicas fortísimas y, si queremos irnos más atrás, de un imperio que vivía de las colonias y no de la laboriosidad de la metrópoli. Incluso en nuestro sector, uno de los más dinámicos y con menor requerimiento de capital para los emprendedores, la idea general ha sido la de tener una empresa pequeña, rentable, con unos pocos clientes amigos que permitan hacer un buen trabajo y ganar para vivir bien. Todo ello a la espera de una oferta de compra por una multinacional. Parece una generalización peligrosa, pero miremos cuántas excepciones hay a nuestro alrededor: no más de cuatro o cinco. Y si hablamos de empresas en general, si somos sinceros convendremos que (con la connivencia por razones políticas de las comunidades autónomas, competentes en inspección de trabajo), en su mayoría han considerado que su primera obligación es trampear el repertorio de contratos en su beneficio a corto plazo, en lugar de proveerse del mejor capital humano posible para generar valor añadido a medio y largo.
Sobre esa mentalidad dominante de unos y otros va a caer una reforma que parece diseñada para un país de emprendedores. Un país que, desgraciadamente, aún no es el nuestro. El testigo mejor para esto que apunto va a ser nuestro propio sector. Si a partir de la reforma vemos cómo se crean más agencias u otras empresas de servicios, será que puede funcionar. Si ocurre que sólo llega otra oleada de despidos, será que no. En principio, las leyes no hacen a los pueblos, sino los pueblos a las leyes. Ojalá me equivoque.
David Torrejón
Director editorial