El otro día, por razones que no vienen al caso, pude ver el informativo de mediodía de una cadena privada, oportunidad que rara vez se me presenta. En medio del mismo y sin solución de continuidad, como suele decirse, aunque nunca he entendido del todo esa frase hecha, el locutor empezó a hablar a otra cámara y, mientras se proyectaba en la pantalla trasera un vídeo alusivo, se dedicó a cantar las excelencias de servicio y la garantía de una marca coreana de coches. Reconozco que no lo encajé nada bien. Por mi historia, me considero tan periodista como publicitario, pero intento no ser las dos cosas a la vez, sino sólo aquella en la que ejerzo en ese momento. Pero creo que, si en ése en particular hubiese sido publicitario, también me habría sentido incómodo, porque los publicitarios no dejan de ser ciudadanos y aquello me dio en la boca del estómago como ciudadano tanto como periodista.
Parece como si cadenas y agencias de medios estuviesen siempre dispuestas a ir un paso más allá de lo que establece la legislación, no dos, pero sí al menos uno. Ahora que el emplazamiento de producto está admitido, la siguiente frontera es la separación entre información y publicidad, o información pagada, si lo prefieren.
La fórmula parece haber hecho fortuna, porque en una reciente noticia una ETT y una agencia de medios se vanagloriaban de algo parecido. ¿Dónde está el mérito de una acción así? ¿En conseguir tentar con un motón de euros a una cadena o a un medio fácilmente tentable? ¿En forzar la ley? Que me perdonen, pero yo no se lo veo por ningún lado. Por otro lado, es cierto que esta nueva fórmula está algo más identificada que otro tipo de campañas que se cuelan en informativos y tertulias, muchas veces con forma de supuestos estudios a favor o en contra de una marca o categoría de producto. Pero que haya cosas peores no quiere decir que esta no sea mala. Y distingo todo lo dicho de la meritoria y honesta estrategia de crear para una marca una noticia tan irresistible que los medios no tengan más remedio que cubrirla. Por otro lado, leo el informe de la OCTA sobre el reiterado incumplimiento del código de autorregulación de la cadenas para proteger al público infantil (incumplimiento por cierto que se podría extender perfectamente a la propia ley vigente, y no sólo al código) y llego a la conclusión de que nada hay sagrado para el vil metal.
David Torrejón
Director editorial