Mi abuelo nació en 1891, en los albores de una era que transformaría para siempre la historia de la humanidad. Como ingeniero naval, fue testigo privilegiado de una revolución tecnológica sin precedentes. Cuando abrió sus ojos al mundo por primera vez, la idea de volar era poco más que un sueño imposible, un anhelo tan antiguo como la humanidad misma. Sin embargo, a sus 14 años, presenciaría cómo los hermanos Wright convertían ese sueño en realidad. A lo largo de su vida, vería cómo el ser humano no solo conquistaba los cielos, sino que se atrevía a ir más allá: con 70 años fue testigo de los primeros pasos en la carrera espacial, y con 78, contempló maravillado cómo Neil Armstrong dejaba su huella en la Luna.
Es difícil para nuestras mentes contemporáneas comprender la magnitud de estos cambios. Desde las fantasías de Luciano de Samósata en el siglo II hasta las visiones de Johannes Kepler en el XVII, el sueño de surcar los cielos había permanecido en el reino de lo imposible. Y, sin embargo, en el transcurso de una sola vida, pasamos de la imposibilidad del vuelo a la conquista del espacio.
Como físico investigador, he tenido el privilegio de ser testigo de mi propia revolución tecnológica. He visto cómo dominábamos lo infinitamente pequeño, creando estructuras a escala atómica y motores microscópicos cien mil veces más delgados que un cabello humano. He presenciado cómo nuestros telescopios alcanzaban los confines del universo detectando estrellas a más de 12.900 años luz. He vivido el nacimiento y la evolución de internet, la democratización de la tecnología digital desde las primeras cámaras hasta los smartphones. Sin embargo, todos estos avances palidecen ante la revolución que estamos experimentando en la última década: el surgimiento de la IA.
Desde que Alan Turing publicó Computer Machinery and Intelligence, en 1950, estableciendo las bases conceptuales y su famoso test, han transcurrido 75 años. Pero ha sido en los últimos 15 cuando, gracias al desarrollo de la infraestructura computacional y especialmente de las GPUs, hemos comenzado a vislumbrar el verdadero potencial de la IA. El reconocimiento de esta tecnología con dos premios Nobel este año, incluyendo el trabajo revolucionario de Hassabis y Jumper sobre la predicción de estructuras proteicas, apenas tres años después de su publicación, subraya la velocidad vertiginosa de este progreso.
Como cantaba Bob Dylan en 1964, The times they are a-changin. Si entonces se refería a los profundos cambios sociales y políticos de los años 60, hoy podríamos aplicar esas mismas palabras a la revolución de la IA. Nos encontramos en el umbral de una transformación social sin precedentes que exigirá nuestra capacidad de adaptación y comprensión.
Este artículo marca el inicio de una aventura compartida hacia el corazón de la revolución tecnológica de nuestro tiempo, desde la que pretendo servir de guía en esta exploración del fascinante mundo de la IA: sus avances vertiginosos, sus desafíos éticos, sus riesgos potenciales y sus promesas transformadoras. Pondremos especial énfasis en examinar cómo la IA está revolucionando el sector del marketing y la publicidad, transformando la manera en que las marcas se conectan con sus audiencias. Desde la personalización hipersegmentada y la automatización de campañas hasta la creación de contenidos mediante IA generativa y el análisis predictivo del comportamiento del consumidor, exploraremos las herramientas y estrategias que están redefiniendo las reglas del juego en nuestra industria. Como un explorador en una jungla tecnológica que a veces nos intimida y otras nos seduce, pero que inevitablemente debemos atravesar, trataré de ofrecer una brújula para navegar este territorio desconocido con claridad y perspectiva.
Así como mi abuelo debió llorar de emoción al ver a su hermano Ramón hacer historia al ser el primer aviador en viajar de Europa al Cono Sur de América con el Plus Ultra en 1926, sin imaginar que apenas 43 años después el ser humano pisaría la Luna, hoy nos maravillamos con robots quirúrgicos y taxis autónomos. Pero tengo la certeza de que lo que hemos visto hasta ahora es solo el principio. Lo mejor (o quizás lo más desafiante) está aún por llegar, y debemos estar preparados para enfrentarlo con sabiduría y responsabilidad.
Nicolás Franco es físico, docente y cofundador de MrHouston