Page 20 - MUJERES A SEGUIR Nº 3
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# opinión
y
Elvira Navarro Escritora
Miedo Una amiga me dijo hace poco que ha dejado de leer la prensa y de ver
informativos. Me argumentó que eso era lo mejor que podía hacer para no
seguir alimentando la cada vez más infernal realidad. O lo que los medios
dictan como realidad, porque realidades hay muchas. Las instancias que la
conforman son infinitas, y empiezan por la percepción de cada cual. Pero a lo
que voy: mi amiga siguió diciéndome que, en cambio, sí leería un periódico
de buenas noticias, y no por ñoñería ni con ánimo de encerrarse en una
torre de marfil, sino porque eso a lo que llamamos realidad se conforma con
lo que creemos sobre ella en la medida en que esas creencias determinan
nuestro comportamiento. Me acordé entonces de que, hace ya unos cuantos
años, mi abuela me preguntó cómo era posible que yo viviera en Madrid, si
allí la gente se mataba todo el tiempo a tiros por la calle. Aterricé aquí en
1995, y no he presenciado un solo tiroteo en la ciudad. En cambio para mi
abuela, que nunca pisó Madrid y que veía religiosamente los informativos, la
capital era un lugar en el que te volaban la sien a poco que te descuidases. Si
los residentes en Madrid hiciéramos más caso de las noticias que de nuestra
experiencia, caminaríamos con mucho miedo e incluso con armas, y Madrid
se convertiría, como creía mi abuela, en una ciudad muy peligrosa. Desde
esta perspectiva, la postura de mi amiga es más que razonable.
Hay que estar informado. ¿Quién no ha escuchado desde su niñez ese
mantra? ¿Y quién, en virtud de él, no ha confundido la información con el
conocimiento? Vuelvo a mi pobre abuela: el exceso de determinado tipo de
información generó en ella una distorsión. La llevó a un conocimiento falso.
Cuando se nos insta a estar informados, se nos recomienda leer periódicos
de todas las ideologías para contrastar las noticias y tener una idea más
ajustada de esa cosa incomprensible a la que denominamos realidad, pero
rara vez cuestionamos el para qué de ese conocimiento generado por un
criterio en el que la noticia, la información relevante, es sinónimo de mala
noticia, y donde esa amalgama de tragedias y maldades sin fin se considera
lo más pertinente para estar al tanto de lo que pasa en el mundo. Valga
decir: de lo que el mundo es. Llama la atención, por otra parte, que no haya
distingos en los medios en lo que a esto respecta. Con mayor o menor grado
de espectacularidad, con más o menos rigor, todos los periódicos se nutren
de lo que nos da miedo. Pero no vivimos sólo del miedo, ni éste es siempre
buen consejero. Un poco de miedo nos hace ser prudentes, sí, pero basta
con subir un poco el volumen para que la razonable prudencia sea sustituida
por una desconfianza neurótica, cuando no por el odio. Ambas cosas nos
vuelven vulnerables.
Hay una novela que describe muy bien la neurosis producida por la cascada
de crímenes, robos, peleas y agresiones que circulan por los medios: El
país del miedo, de Isaac Rosa. A través de un padre acobardado, Rosa
relata los efectos enloquecedores de creerse expuesto de continuo a
Foto: Elba Fernández nosotros, bombardeados por accidentes, atentados, amenazas de rebeliones
peligros inminentes. Este padre de El país del miedo podríamos ser todos
sanguinarias y guerras. Si todo eso sólo nos lleva a convertir al mundo en un
monstruo, al otro en un eterno enemigo y a nosotros en seres pusilánimes o
en odiadores, ¿de qué nos sirve? #
Para mi abuela, que nunca pisó Madrid y que veía religiosamente los informativos,
la capital era un lugar en el que te volaban la sien a poco que te descuidases
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