La edición de este año del El Sol, celebrada hace unos día en Bilbao, se presentaba en buena medida para el festival como un examen de su vigencia y aceptación entre la grey publicitaria nacional. El Sol mantuvo durante mucho tiempo una bien ganada posición de prestigio y hegemonía entre los certámenes publicitarios locales. Ese estatus se empezó a resquebrajar en parte cuando el festival decidió abrirse a la participación internacional -esto sucedió hace ya trece años, pero es un cambio que muchos profesionales siguen considerando criticable- y sufrió un golpe fuerte con el traslado de la sede del festival a Bilbao desde un enclave tan imbricado en la fibra sentimental del sector como San Sebastián. En este caldo de cultivo ha caído este año con fuerza un nuevo ingrediente, y es el éxito que ha obtenido el Club de Creativos con la convocatoria de sus jornadas profesionales (Días A y C) y premios (Anuario de la Creatividad). A ese éxito contribuyó de forma notable el hecho de que la convocatoria tuviera lugar precisamente en San Sebastián, lo que puso la guinda a un evento que venía ganando impulso en los últimos años y a unos premios, que, por ceñirse al ámbito nacional, gozan de mayor afecto, si cabe la palabra, por parte de muchos creativos españoles que los de El Sol.
Así las cosas, el festival que organiza la AEACP llegaba este año a Bilbao a pasar un examen y a ser sometido a la comparación con el CdeC 2016; establecida esa rivalidad, algunos incluso pareciera que le habían dado a El Sol el suspenso de antemano, tan predispuestos se mostraban a examinar bajo una lente de negatividad todo lo que sucediera en el Euskalduna. Al margen de que, lógicamente, las preferencias por uno u otro certamen son del todo lícitas (aunque, por otra parte, nada impide que convivan armoniosamente si ambos son capaces de encontrar viabilidad en todos los sentidos), una mirada medianamente imparcial a El Sol de este año no puede concluir que el certamen haya sido un fracaso: la asistencia no fue escasa; las ponencias, con los naturales altibajos, estuvieron al nivel que cabía esperar, la ceremonia de entrega de premios de premios fue muy correcta y en general el evento no pareció perder empaque respecto a ediciones anteriores. El problema, seguramente, es que no lo ganó, que solo mantuvo una línea que en los últimos tiempos no ha sido en exceso vigorosa. Uno de los mayores problemas, a la vista de la asistencia, parece su incapacidad para interesar, como delegados, al gran núcleo de los profesionales que trabajan en creatividad en las agencias de nuestro país. El Sol tiene una buena base y desde luego ha aprobado la convocatoria de 2016, pero debe exigirse más si quiere recuperar prestigio, peso y presencia en el sector en España.
El palmarés, por otra parte, suscitará las proverbiales opiniones encontradas, tanto por su calidad como por su cantidad, en la que hay que mencionar que, de nuevo, hubo pocos grandes premios aunque sí se concedió el Sol de Platino. Y de nuevo también, aunque esto sucede ya en gran parte de los festivales, las listas de trabajos ganadores están llenas de piezas que alimentan ese mundo casi por completo paralelo al trabajo real en que se han convertido los festivales: campañas casi invisibles, casos mínimos, proyectos cuyo único aval es el permiso de un anunciante para presentarlos bajo su marca, ocurrencias más o menos brillantes (y algunas lo son) que permiten crear un vídeo vistoso… Todo ello compone una espléndida muestra de la capacidad de creación, e incluso de innovación, de las agencias, pero el hecho de que compita en igualdad de condiciones con lo que se suele llamar trabajo de verdad (y todo el mundo sabe lo que se quiere decir con eso) parece cuanto menos discutible. Aunque hay que admitir que se discute poco y casi todo el mundo, creativos agencias y festivales, parece contento con el estado de la cuestión.