Un ligero crecimiento en las cifras de inscripciones y delegados, aderezado con un buen ambiente en los días del certamen, el general beneplácito sobre el nivel de las conferencias y una mejor adaptación a los atractivos de Bilbao como sede han conformado lo que podría considerarse una buena edición de El Sol, que ha celebrado así de manera adecuada, y con buen tiempo además, su treinta aniversario. La dimensión iberoamericana del certamen, que tanto ha costado encajar en el programa y en las mentalidades de uno y otro lado del océano (no olvidemos que el festival se hizo internacional nada menos que en 2003), parece haber entrado al fin en una senda provechosa y enriquecedora.
El palmarés, por otra parte, ha sido más rico en grandes premios que el de la edición anterior, lo que siempre da más empaque al certamen, pero quizá la principal conclusión que arroja un primer examen del mismo es que las acciones de corte social y solidario, por emplear dos adjetivos lo suficientemente genéricos, tienen el protagonismo. Así por ejemplo, de las seis campañas que han ganado grandes premios, tres apuntan claramente en esa dirección (Hologramas por lalibertad, Oídnos y La invasión del pez león), y otras dos (Lotería de Navidad y El último viaje de la Combi) se alinean de forma colateral con ciertas preocupaciones y temas que generan interés en la sociedad, como la importancia de compartir y de estrechar lazos emocionales. Un repaso a la lista de oros produce muy parecidas impresiones: hay un alto número de campañas de ONGs y las acciones de marca premiadas son buenos ejemplos de que las protagonistas han entendido la necesidad que tienen de tomar postura y contribuir a mejorar la vida de las personas que las compran y la sociedad en la que operan.
Si nos centramos en el caso español, esta realidad presenta un lado que podría considerarse problemático. En un palmarés tan amplio cabe de todo, obviamente, pero se detecta entre los trabajos más recompensados de nuestro país un predominio de acciones para entidades de bien social, campañas e iniciativas inspiradas por ideas u ocurrencias brillantes pero que se mueven en escenarios casi mínimos (entre otras  razones por la escasez de presupuesto) y consiguen un impacto limitado. Pareciera que en las agencias de nuestro país es cada vez más clara la línea que separa la brillantez del trabajo que se hace para festivales (y especialmente en campañas de bien social, donde no hay casi ninguna o ninguna constricción) y el que se realiza para los clientes y sus marcas. Parece claro que talento hay, pero parece claro también que no encuentra apenas cauce en acciones de gran calado estratégico y creativo para las marcas.
El problema (aunque quizá haya quien no lo considere tal) no es nuevo, pero El Sol 2015 lo ha puesto otra vez sobre la mesa. Cabe preguntarse si agencias y clientes encontrarán el camino para solucionarlo.