Si un masoquista intentase leer cada día todo el caudal informativo que generan compañías como Facebook, Google, Twitter o Apple, seguramente no terminaría de repasar los medios principales antes de encontrarse en la siguiente jornada.
Si nos paramos hoy en un momento de esa inundación informativa es porque se han producido simultáneamente dos noticias interesantes por contradictorias. Por un lado, Facebook ha emprendido una política de contar con las agencias (prescindamos de más etiquetas) como un importante apoyo en su lucha por ganar participación en el mercado publicitario ante su formidable competidor, Google. Seminarios y talleres con representantes de las agencias se están llevando a cabo en Estados Unidos para que la red social por antonomasia exponga a los publicitarios sus posibilidades, formas de trabajar, claves del éxito, etcétera. No es extrañar, dado que, a los ojos de un publicitario poco versado en la materia, Facebook tiene una interfaz poco sugerente de cara a posibilidades publicitarias, y el mundo de las aplicaciones está convirtiéndose, como consecuencia, en una mina de oro para desarrolladores de todo el mundo. Y ya se sabe que, cuando hay un calabozo, alguien hará buen uso particular de su llave. Una iniciativa, por tanto, inteligente, oportuna y beneficiosa para todas las partes, y que seguramente se extenderá por otros mercados.
Pero, como decíamos, simultáneamente se ha producido otra noticia menos positiva. Por una torpeza de la agencia de relaciones públicas encargada de la tarea, se ha puesto al descubierto que Facebook había encargado una campaña contra Google de cara al legislador federal, campaña en la que se subrayasen prácticas poco ejemplares en materia de privacidad. Un comentarista que recibió la propuesta de la citada agencia, hizo público el mensaje recibido. Al margen de lo que pueda pensarse de semejantes prácticas, lo más interesante del caso es que, mientras Facebook explica a las agencias los secretos de las redes sociales, lo que se puede y no se puede hacer, la propia compañía incumple uno de los principios sagrados del entorno social: no engañar. Aunque haya sido a través de agencia interpuesta. Y, de manera genérica, vemos también a las claras cómo las campañas de desprestigio tienen quien las compre y quien las venda.
Pensemos, finalmente, en el momento en que se vive por el dominio no sólo de la publicidad, sino de la red, con algo tan importante como la neutralidad de los proveedores de acceso en juego. Y que cada uno saque sus conclusiones acerca de las posibilidades de que las cosas no terminen como deberían de hacerlo, es decir, con la mejor solución para usuarios particulares y usuarios empresas.