Hasta hace poco no había leído el manifiesto Banksy on advertising. Es estremecedor. (Si lo googleáis sabréis de qué hablo).
Entre otras lindezas dice lo siguiente:
"Se cachondean de ti.
Irrumpen en tu vida, te agreden y desaparecen.
Te acechan desde altos edificios y te hacen sentir pequeño.
Dicen que no eres lo bastante sexy o que la diversión está en otro sitio.
Hacen que tu chica se sienta incómoda con su cuerpo.
Utilizan la tecnología más avanzada que el mundo ha conocido y te acosan con ella.
Son los publicitarios. Y se ríen de ti."
Así ve Banksy a nuestra profesión: ayer egocéntrica y autocomplaciente, hoy estupefacta y aturdida.
Y añade una elocuente coletilla: "Que les follen."
Toma ya.
No puede decirse que Banksy sea un antisistema. Por lo menos yo no llamaría así a quien vende sus trabajos en una casa de subastas de Londres por cifras superiores a un fee de agencia. Desde luego no es un antisistema quien utiliza el marketing con enorme habilidad para incrementar el valor de lo que hace (aunque lo haga intuitivamente, cosa que dudo).
Precisamente eso es lo que me alarma. Esa voz no viene de fuera del sistema, sino de dentro. La voz de Banksy podría ser la voz de nuestros vecinos, de nuestros cuñados, de esos tipos normales que nos cruzamos en el gimnasio.
Dice cosas muy duras. Y lo peor es que sé por qué las dice. Secretamente entiendo que nos las hemos ganado.
Asistimos hoy a un carísimo juego del escondite donde las marcas pagan por perseguir a la gente, mientras la gente (la que puede) paga por escapar del acoso: televisión de pago sin cortes publicitarios, aplicaciones premium sin anuncios, y lo que vendrá.
En un reciente Encuentro en el Tercer Miércoles, del Cdec, Rafa Soto abundaba en la misma idea revelándonos que la valoración social de los publicitarios está por debajo del clero y muy poco por encima de los banqueros.
Demasiados años hablando desde arriba, desde esos edificios altos. Viendo a las personas  tan pequeñas que pensamos que podíamos encerrarlas en una cifra. No sabíamos nada de ellas. A decir verdad, no nos importaban lo más mínimo. Les hablábamos como se habla a una masa hipnotizada.
Incluso el marketing directo, que presumía de conocerles con nombres y apellidos, les llamaba Juan Muestra.
No es de extrañar que estén cabreados.
La mala noticia es que estábamos equivocados: la masa no existe. Lo que llamábamos audiencia es una miríada de individuos únicos, que piensan, que sienten y que opinan. Aunque su opinión nos confunda.
Sin embargo, la buena noticia es que estábamos equivocados.
Algunas marcas ya han comprendido que no por tener un montón de dinero van a conseguirlo todo. Puede que pagando llegues donde está la gente, pero eso no significa que vayas a llegar a su corazón.
Para ello es necesaria la inteligencia, la sensibilidad para hacer cosas extraordinarias. Serán aplicaciones, serán juegos, serán ideas que la gente hará propias, serán spots que en realidad serán trailers de películas largas que vivirán en internet, será música. Será lo que sea, pero serán cosas extraordinarias. 
Ese miércoles Rafa Soto dijo algo luminoso: llevamos demasiado tiempo preocupados por qué le decimos a la gente; debemos comenzar a pensar en qué estamos haciendo por la gente.
Si haces cosas buenas por la gente, ésta te devuelve más de lo que recibe. Incluso en forma de dinero. Es lo que Soto llama economía del cariño.
Algo bello
¿Por qué me impresionan tanto las palabras de Banksy y las de Rafa Soto?
Básicamente, porque no me resigno a trabajar en algo que la gente detesta. No voy a  aceptar que mi trabajo sea ese detritus abominable del que todos huyen.
No. Para eso no me levanto cada mañana. Me rebelo públicamente contra esa maldición.
Creo fervientemente que podemos producir algo bello, algo inteligente y, además, algo útil. Ideas extraordinarias que entretengan, que hagan sonreír, que estimulen el intelecto, que deslumbren de ingenio y belleza. Que emocionen.
No hemos nacido con talento para dedicarlo a mortificar a nuestros semejantes.
No sé vosotros, pero a mí no me da la gana vivir con esa carga.
Cuando apago la luz por la noche y recapitulo acerca del día, me gusta pensar que lo que hice hoy valió la pena.
Buenas noches. Mañana más.