Actualmente, cuando utilizamos nuestro teléfono móvil o nuestro ordenador para pedir un coche con conductor, reservar un restaurante o revisar las últimas publicaciones en alguna red social (todo ello, y más, en cualquier lugar del mundo) estamos haciendo uso de la denominada Web 2.0.
Esto es algo que en general nos gusta, es parte de nuestra vida, nos hemos acostumbrado. Creo que son pocos los puntos negativos que encontramos en esta Web 2.0, pero hay uno, desde luego, que es el más citado: el hecho de que todas estas cosas que hacemos en el entorno digital, y que, por tanto, quedan registradas en un formato de datos que se convierte en información sobre nuestra vida y las cosas que hacemos, pertenecen a las empresas dueñas de las diferentes aplicaciones.
Una de las cosas que pretende la Web 3 es precisamente hacer evolucionar a internet de manera que se elimine ese punto considerado negativo.
¿Cómo conseguirlo? Por explicarlo de manera que cualquiera lo entienda, bastaría con construir una especie de ‘canal’ entre los datos que se registran y las empresas donde esos datos se generan, de manera que se garantizara la encriptación de dichos datos y la garantía de privacidad y seguridad. Evidentemente, esto es un propósito que no va a ser fácil.
En primer lugar, no es algo que las empresas necesariamente deseen hacer. Ni siquiera podría parecerles lógico. Cualquiera de las empresas que nos imaginemos poseedoras de nuestros datos, no es que hayan venido a nuestra casa a robárnoslos, sino, más bien, nos han invitado a su casa y se han quedado con los datos que se han generado allí. Imaginemos que nos invitan unos amigos a cenar. Pasamos un rato, charlamos de muchas cosas… Sabemos en todo momento que esas cosas que compartimos podrán ser comentadas al día siguiente a personas que no estuvieron en la cena. Por eso, en parte, solemos tener cuidado con las cosas que comentamos cuando estamos con otras personas. Dicho de otra manera, cuando mantenemos una conversación entre varios, ¿a quién pertenece lo que se dice en dicha conversación? ¿Podemos delimitar dicha pertenencia? ¿Lo hacemos? Sé que no es exactamente lo mismo, pero creo que el argumento pone de manifiesto el punto de vista contrario al general que está del lado de los usuarios.
Además, llegar a solventar este tema de la privacidad de los datos con la Web 3 tiene dos posibles caminos. Uno, empezar desde cero a crear aplicaciones descentralizadas. Esto tiene cabida desde el punto de vista del interés en el tema, pero se atisba un recorrido demasiado largo, y creo que daría lugar a dos versiones: la descentralizada, sí, pero también la centralizada, que seguiría existiendo al ofrecer resistencia al cambio. El otro camino sería la transformación de las actuales centralizadas a futuras descentralizadas, con esa especie de canal de encriptación de por medio. Esto creo que se llegaría a hacer solo en caso de que viniera vía un cambio regulatorio, que de alguna manera obligase a las empresas a llevarlo a cabo.
Por último, cabe la pena mencionar también algo que he escuchado en varias ocasiones: el hecho de que detrás de las aplicaciones descentralizadas hay también intereses de otro tipo de empresas como las de capital riesgo, con lo que hablar de descentralización no sería absolutamente correcto.
En fin, grandes cambios con grandes implicaciones que no parecen fáciles de abordar, al menos en el corto plazo.
Macarena Estévez es ‘partner analytics’ en Deloitte