Una televisión en la que el consumo lineal o tradicional va perdiendo terreno de manera visible frente a las nuevas ofertas basadas en el pago y en la creación de plataformas de contenidos; unos diarios que tratan de encontrar la fórmula de cobrar por sus contenidos online como vía fundamental (y lógica) de supervivencia y prosperidad; una publicidad exterior en la que la ya asentada oferta digital amplía su potencial; una radio que ve aumentadas sus posibilidades de difusión, y su número de competidores, con la explosión del audio online; unas revistas que tratan de hacer valer la fuerza de sus marcas y de sus audiencias conjuntas en los mundos físico y digital…
Se diría, a la vista de la enumeración anterior, que no faltan fenómenos y retos interesantes en el mercado español de los medios, muchos de los cuales no son, lógicamente, sino la expresión en el escenario local de cuestiones que ocupan a los profesionales en muchos mercados del mundo. De todas ellas se habla en las páginas especiales que a los medios de comunicación se dedican en el presente número, y todas ellas tienen en común al factor digital como elemento que está transformando de manera decisiva, y lo seguirá haciendo, el panorama de los medios. No se trata, ni mucho menos, de un asunto nuevo, pero parece claro que el contundente efecto de acumulación de más de dos décadas de revolución digital está, por un lado, produciendo cambios muy importantes y hasta drásticos, y, por otro, haciendo reaccionar a los medios que más perjudicados se han visto por ella para, sin dejar de aprovechar sus ventajas, hacer ver al mercado y a los consumidores que la gratuidad en los contenidos no es sostenible en todos los casos.
Una derivada fundamental de toda esta híper-confluencia en lo digital es la necesidad de disponer de datos de audiencia adecuados, una cuestión de la que también se habla en este número a través de las opiniones que sobre el tema expresaron diferentes agentes del mercado en una jornada organizada por AEDEMO. No es esa necesidad un visitante inesperado ni desconocido en el terreno de juego del consumo de soportes digitales en España. Empresas, asociaciones y profesionales vienen reflexionando sobre el tema y trabajando en él desde hace años. Se dispone de un medidor recomendado, ComScore, que ha venido sirviendo al mercado adecuadamente desde 2011, a pesar de lo cual su labor no ha dejado de ser cuestionada –en ocasiones por intereses espurios-. Sin embargo, parece llegado el momento, a la vista de la complejidad y amplitud de los fenómenos que están ocurriendo, de dotarse de recursos de investigación adicionales que permitan conocerlos mejor; de disponer, en suma, de más y mejores datos.
La mera enunciación de este objetivo parece poner de acuerdo a todos los agentes del mercado, y muy especialmente a los profesionales de la investigación. Los problemas vienen a la hora de ponerlo en práctica. Hace falta determinar qué se quiere medir y cómo conseguir que los datos resultantes sean aceptados como moneda de cambio por todo el mercado.
Hace falta decidir bajo qué modelo de trabajo se va a organizar y poner en práctica la investigación requerida. Y hace falta, quizá por encima de todo, articular un modo sostenible y justo de financiar el trabajo. Desafíos no pequeños que pondrán en evidencia la capacidad del mercado de generar colaboración y consensos. Y hay que desear que se alcancen, porque está en juego una decisión cuyas repercusiones económicas son importantes.