Opinión

Hogar

Espero que el recibo de la presente les encuentre a ustedes desescalando con salud. Allá por los inicios del confinamiento, mi querido Javier Ocaña -a la sazón, eximio crítico de cine de El País- publicó en Twitter su reseña de Hogar, una película de estas modernas que pasan por los salones de Netflix antes que por las salas de estreno. Los puristas sentenciarán, por tanto, que se trata de una TV movie y no de una película como Dios manda, pero esta discusión excede los parámetros de contenido de esta columna.

El caso es que, en ese scroll en el que se ha convertido nuestra vida, el tweet en cuestión me pasó desapercibido. Sin duda, por la presencia en la foto de Mario Casas, del que no recuerdo una sola actuación que me haya medio gustado. Pero, al rato, saltó en el celular la alarma de mención a mi personaje tuitero: era @lalibreta, mi no menos querido Miguel Gutiérrez, contestando a Javier: "Le daremos una oportunidad, porque creo que el personaje de Javier Gutiérrez está inspirado en ‘@estoesunajena'". Es decir, en servidor de ustedes.

Mi primera reacción fue de sorpresa: por afinidad física, siempre he pensado que el protagonista de mi biopic debería ser Jon Hamm, pero quizás no querría arriesgarse a interpretar a otro creativo extraordinario. Tal vez, entonces, Michael Fassbender. O, en su defecto, Rafa Silvela -un abrazo grande, Rafa-. Pero Javier Gutiérrez... no lo veo, a lo mejor es que le iban a haber dado el papel a Mario Casas y se han confundido. Así que entré en la crítica para ver dónde estaba la posible similitud con mi persona. Y ahí estaba, agazapada, esperando para asustarme al final del primer párrafo: "El protagonista... un publicitario de éxito que, tras la crisis económica y la eclosión de la nueva juventud, ha caído en desgracia".

Inmediatamente, Hogar pasó a engrosar mi lista de cosas a no ver durante la reclusión para no sumergirme aún más en el bajón que me asolaba. A ver, Ultraorthodox: buenísima y chunguísima pero cero agobiante para los que no estamos cerca de ese mundo. Publicitario viejuno al que le va mal: se me encienden todas las alarmas.

Con el subidón de ánimo por la desescalada, por fín me animé a comprobar si el protagonista de Hogar era o no era servidor. Ya contaba con los spoilers de Javier: "No se parecen en nada. Quiero creer, al menos" y de Miguel: "Una vez vista, retiro lo dicho, Pach". Pero había que echarle valor y darle al play para enfrentarme con mi propia realidad. En el minuto cinco, Javier Gutiérrez está en una entrevista de trabajo vestido con traje y corbata. La última vez que me puse corbata fue en la boda de mi hermano, 1999. Bien. No soy yo.

Gutiérrez interpreta un director creativo bastante psicópata, sin ningún escrúpulo, de esos que piensan en sí mismos y luego también en sí mismos. ¿Por qué nos ve así el cine? ¿Qué hemos hecho nosotros, voluntariosos copys/artes venidos a más, para merecer esto? Es que no es la primera vez. Cuando aparecemos en cinemascope, normalmente es para generar en el espectador una mezcla de pereza y rechazo. Somos el malo de los Kramer; al que meten en el manicomio en Gente loca; el que la lía parda durante un finde porque le agobia un brief de una crema para granos en Cómo

triunfar en publicidad; el misógino que acaba leyendo el pensamiento de las señoras y señoritas en ¿En qué piensan las mujeres?… es que no molamos nada. Somos losers que vamos de winners.

A ver si en el próximo brief de chopped envasado al vacío salvamos al mundo o algo, que así no vamos cinematográficamente a ninguna parte.

Antonio Pacheco es 'chief creative director' de Manifiesto

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