Carlos Holemans / Ilustración: Jordi Carreras.
La gracia de hacerse mayor no son las cosas que acumulas, sino aquellas de las que te desprendes.
La vanidad, la urgencia, la necesidad de reconocimiento, la gratificación instantánea son pulsiones bien ingratas. Te hacen su esclavo y nunca te recompensan más que en dosis suficientes para seguir deseándolas.
Ese perverso mecanismo oculta (mal) el deseo de querer ser perfecto. Una forma de narcisismo que demuestra ausencia de generosidad y de tolerancia.
Generosidad con los demás y contigo mismo.
Tolerancia con los límites propios y ajenos. No, no eres capaz de todo. Nadie lo es. Tolerancia también con los límites que la realidad impone. Muchas cosas son posibles muchas veces. Pero no todo es posible siempre.
He aquí mi idea. Hay un antes y un después del día en que no sólo toleras, sino que abrazas lo falible, lo imperfecto. Ese día vives mejor y, curiosamente, también tu trabajo es mejor. Posiblemente, porque se vuelve realista.
Cuando comenzaba en publicidad, solíamos decir que la diferencia entre una idea buena y un león de oro podían ser dos horas más de trabajo. Esa ingenuidad no sólo no aseguraba el éxito, sino que garantizaba ingentes dosis de frustración e infelicidad.
La perfección es, paradójicamente, una idea imperfecta. Y lo peor de todo es que esa idea ya está hecha.
El spot perfecto ya existe. Puedes elegir: Lethany de The Independent, 1984 y Think different para Apple, u Odissey de Levis. Ya los hizo alguien. Ya fueron.
Después de treinta siglos de arte figurativo tuvo que inventarse el cubismo. El bodegón perfecto, el retrato perfecto ya existían. No tenía sentido seguir persiguiéndolos.
Además, nuestro trabajo, como el de aquellos artistas pioneros de la abstracción, no es la búsqueda de la perfección, sino el hallazgo de lo inédito, de lo nunca hecho. Creo verdaderamente que abandonar la utopía de lo perfecto nos lleva a lugares nuevos. A cosas paradójicamente mejores.
Ya no queremos (ni podemos) impresionar a nadie con la impecable perfección de nuestros mensajes.
Lo que queremos es conectar, caer bien, ser simpáticos, trabar una relación, que nos aprecien, que nos quieran. Conversar, en una palabra.
No. No es una buena idea tratar de iniciar esa conversación diciendo: hola, soy perfecto.
Temor
Vivimos los tiempos de lo impredecible, de lo imperfecto, de lo líquido. Es vertiginoso convivir con ello, no hay duda.
Y aunque fallar en nuestra comunicación es un temor perfectamente comprensible, tratar de neutralizarlo buscando incansablemente el mensaje perfecto sólo conduce a la parálisis.
Algún día los institutos de investigación descubrirán que la perfección no sólo es inalcanzable, sino que a la gente no le interesa. Es un idea vieja, demasiado vista.
De ahí el éxito de esos vídeos caseros, imperfectos porque a nadie le importa, verdaderos porque están hechos con el corazón, porque a alguien le salió de dentro.
Hay más verdad en un foro de usuarios que comparten sus experiencias en Internet que en cien focus group.
La verdad está en la calle, en la red, en la vida. Y
 puede que la verdad no sea perfecta. Pero es que la perfección no es verdad.