Opinión

Proletarios; por Carlos Holemans

Seguramente saldremos de este trance tan inadvertidamente como entramos en él. Un día nos levantaremos de la cama y sentiremos: ya pasó.

No importa cuándo. El día que ocurra, lo sabremos.

Sin embargo, para imaginarnos cómo será el lugar adonde vamos puede sernos de utilidad comprender de dónde venimos.

En los días jóvenes y risueños de la publicidad española, cuando sentíamos que éramos una potencia mundial en creatividad, las familias de los barrios más elegantes veían con buenos ojos que sus hijos, después de la escuela de negocios, la escuela de diseño o la facultad, ingresaran en una agencia.

Tener un hijo trabajando en publicidad daba lustre a las comidas dominicales. Estoy hablando de los últimos años 80 y primeros 90.

Las familias de la burguesía podían presumir de vástago cuando éste conseguía dedicarse a una profesión enaltecida. Se le suponían talentos artísticos, literarios o empresariales, así como unos altísimos y precoces ingresos económicos. Quién sabía adónde podía llegar aquel chico, ahora que había conseguido ingresar en el templo de la más sublime expresión del capitalismo: la agencia de publicidad.

Por supuesto, también era posible entrar en el templo sin ocho apellidos ilustres. Si tenías hambre (mucha hambre) eras bienvenido. Adelante, hay sitio para todos.

Parece que no pueda ser cierto, ¿verdad? Pero así fue, una vez.

Hoy, el paisaje no puede ser más distinto.

Oleadas de titulados en docenas de escuelas se estrellan contra las rocas de unas agencias que les ignoran.

Muchos, la mayoría de ellos, no van a trabajar nunca en aquello que estudiaron.

Y los que lo hagan tardarán mucho en vivir de su trabajo.

De entrada, si tienen talento y suerte, les pagarán la misma cifra que yo cobré en mis primeras prácticas pagadas. Unos pocos cientos de euros. Exactamente la misma suma, pero casi 30 años después.

Los hijos de las buenas familias han emigrado hace tiempo a empresas que se dedican a cosas serias, como la tecnología, los despachos de abogados o las consultoras.

¿Quién querría hoy que su hijo arruinara su juventud en empresas de bajísimos márgenes, sueldos irrisorios, horarios interminables, y un producto final de ínfimo valor económico (por no hablar del valor creativo)?

Aunque el chico lo desee con todas sus fuerzas, cualquier padre informado tratará de disuadirle.

¿Quiénes son, pues, los jóvenes que hoy pueblan las agencias? Con barba de hipster o sin ella, con monopatín o con bicicleta, saben perfectamente que la publicidad nunca podrá pagarles mucho más de lo que ganan hoy.

La industria se ha transformado ya. Del mismo modo que las líneas aéreas low cost barrieron para siempre la idea de que volar en avión era un lujo. Jamás volar a Londres volverá a costar 800 euros. Jamás la publicidad volverá a ser un producto de lujo.

Está claro, pues, que no es el dinero lo que les atrae. Entonces, ¿qué buscan?

Buen ambiente de trabajo, pasárselo bien, hacerlo bien (qué osados), flexibilidad horaria, equipos horizontales, tener el día libre por su cumpleaños, compañerismo y espíritu de equipo. O sea, lo contrario que la generación anterior, la que exhibía individualismo, codazos, vanidad y una ambición económica nunca oculta y casi siempre recompensada.

Los de nuestra generación solemos decir, con superficial condescendencia, que los jóvenes de hoy no luchan.

No es que no luchen. Es que las agencias atraen ahora a jóvenes que buscan cosas distintas. Los que querían competir con ferocidad, hace tiempo que lo hacen, pero lejos de la agencia. Y allí se quedarán, pues no podremos pagarles para que vuelvan.

 

OTROS JÓVENES

La publicidad se parece cada día más al periodismo. Se ha proletarizado.

Los chicos de hoy no son más perezosos, o menos ambiciosos, o unos indolentes sin sangre. Son, sencillamente, otros jóvenes con otras ambiciones. Y prueba de su inteligencia es que no están dispuestos a dejarse la vida por lo poco que ganan.

¿He dicho compañerismo, buen ambiente, hacerlo bien, pasarlo bien?

Quizá no sea una idea tan insensata.

A lo mejor este downshifting que la crisis nos impone puede tener consecuencias positivas.

Si dejamos de intentar que la realidad se adapte a nuestro viejo plan, tal vez veremos algo de luz.

Imagino una agencia dirigida por unos pocos senior, en la que éstos se arremanguen más y ganen menos, capaz de concitar a una tropa despeinada de creativos que quieren disfrutar del trabajo y de la vida por igual. La imagino y veo un lugar feliz en el que trabajar.

Incluso me digo, ¿cómo es que no lo hicimos antes?

La respuesta es la de siempre: el parné, el maldito parné.

 photoconhache@anuncios.com



 Ilustración: Jordi Carreras

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