Si no fuera tan imposible de pronunciar, seguramente ésta sería la frase del año en las reuniones de anunciantes y agencias: "Quiero un Félix Baumgartner". Probablemente, con nuestra habitual destreza idiomática, estará adoptando otras variedades menos académicas como "quiero un Félix" o "quiero un salto del Félix", forma que sin duda provocará inquietud en más de una ejecutiva (ya no hay ejecutivos, creo) de la agencia. Es el efecto arrastre de estos fenómenos. Recuerdo la temporadita que tuvimos que pasar las agencias de la época cuando lo de la Mano de BMW. "Quiero algo como lo de la mano de BMW". Maldito Toni. Se repetía tanto que ya tenías el contraataque preparado. "¿Me estás diciendo que quieres un anuncio de 45 segundos realizado por un figura, con música de pago en el que no se vea el producto y la marca apenas firme el spot al final? Mira que lo hacemos, pero hacerlo para nada, es tontería". Casi siempre la cosa terminaba ahí.
Ahora la respuesta al previsible pedido de un Félix debe de estar ya bastante articulada. "¿Me quieres decir que busque una idea para que invirtáis en ella un porrón de euros durante varios años sin ver el retorno, sabiendo que al final puede terminar con un tipo hecho papilla ante los ojos de media humanidad y con el logo de tu marca en su mono manchado de sangre?". Fin de la discusión. O, si acaso un tímido segundo intento. "Bueno, algo más barato y no tan peligroso, si puede ser". "Claro que puede ser, pero entonces no tendría a miles de ojos pendientes de la pantalla, entonces no sería un Félix".
Así es la vida, los premios gordos son para los que juegan, para los audaces. Y nada hay menos audaz que un comité. No es casualidad que tantas marcas exitosas e innovadoras tengan detrás a un máximo responsable que decide y asume riesgos. Pedir un Félix desde una compañía en la que cualquier idea va a pasar seis filtros y un pretest es una tontería, pero aún más tontería es presentarla. Pero, si pusiésemos en una gran bolsa el esfuerzo que se pone en este negocio en tonterías que no tienen futuro, y su valor económico lo eliminásemos de los balances, a lo mejor se arreglaba más de una economía maltrecha. Y sin necesidad de un Félix.
David Torrejón
Director editorial