De acuerdo a un estudio realizado por la Universidad de Bonn, la testosterona aumenta el sentido de orgullo y la imagen propia de los hombres. A juzgar por hechos recientes, testosterona o no, los hombres tenemos pocas cosas de las que enorgullecernos.
Sospecho que antes que esta columna cruce el océano y vea la luz del día en las páginas de Anuncios, habremos descubierto un par de nuevos casos célebres de acoso sexual en EEUU. La lista de acusados es tan larga como variada e incluye un abanico de sectores que va desde productores de cine (Harvey Weinstein, John Lasseter), hasta cómicos (Louis CK), políticos (Al Franken, Roy Moore), magnates empresariales (Donald Trump, Russell Simmons), periodistas (Matt Lauer, Charlie Rose, Bill O'Riley), actores (Bill Cosby, Ben Affleck, Kevin Spacey), cineastas (Oliver Stone) y hasta directores de orquesta (James Levine). Socialmente, la lista es igualmente variada, incluyendo conservadores y liberales, distintas inclinaciones sexuales y distintas religiones. Si bien las víctimas de estos casos son principalmente mujeres, hay varios casos de hombres, sobre todo niños o jóvenes.
Donde no hay variedad es en el género ofensor; de lo publicado en los últimos meses, el 100% de los acusados son hombres. Y todos ellos en posiciones de poder.
Para muchas mujeres, tal vez la mayoría, esto no es novedoso, sino simplemente un reconocimiento mediático que sale a la luz después de décadas de abuso. Para algunos hombres, la incidencia no deja de sorprendernos. Me confieso entre los ingenuos de este grupo.
De alguna manera, mi vida se vio rodeada de mujeres. Tuve tres hermanas mayores, un padre que viajaba mucho, varias amistades con mujeres, y tengo una sola hija mujer. En la universidad compartí clases con profesoras y alumnas. En publicidad y en marketing, he supervisado varias mujeres y he tenido una serie de jefas. Tal vez por estas razones siempre enfoqué a ambos géneros con naturalidad desde un punto de partida de igualdad y respeto mutuo. Y reconozco haber pecado de ingenuidad al no llegar a reconocer o identificar la dimensión y realidad del problema de acoso sexual por parte de mi género. Lo que para mí era la excepción, aparenta ser la regla.
Hace ya varias décadas que las marcas han dejado de ser instituciones corporativas para convertirse en entidades sociales. Las marcas nos dan productos, servicios, trabajo y aportes a la comunidad. Como entidades sociales, tienen la responsabilidad de ejercer los estándares más rigurosos en temas de dignidad e igualdad social, principalmente por razones básicas de ética, pero también por razones financieras. La eliminación del abuso de poder masculino en forma de acoso sexual no es sólo responsabilidad de los políticos y los aparatos legisladores. Las marcas que quieran triunfar y aumentar su relevancia social deben tomar la iniciativa de liderar el cambio en este tema.
Recientemente Uber, una de las empresas de mayor crecimiento de la última década, se vio involucrada en una controversia de acosos sexuales y maltrato psicológico de mujeres. Como resultado, muchos clientes cambiaron sus cuentas a la competencia, la imagen de la marca bajó numerosos peldaños y la junta directiva forzó la salida de su CEO, Travis Kalanick. Las marcas que quieran sobrevivir deberán ejercer las mejores prácticas de responsabilidad, como por ejemplo integrar filtros relevantes en los procesos de fichaje, mantener rigurosos sistemas de control internos, crear comités de diversidad y/o igualdad, y coordinar recursos humanos con marketing y relaciones públicas para alinear la imagen con la realidad interna.
Si queremos trabajar en empresas de las cuales podemos enorgullecernos, os animo a tomar acciones de las cuales enorgullecernos. Hay mucho trabajo por delante y no hay sitio para la ignorancia ni la ingenuidad.