A mis compañeros y a mí nos han dado la lata últimamente sobre la campaña de Navidad de la Lotería Nacional, pidiéndonos una opinión como medio. De sobra deberían saber que Anuncios no enjuicia campañas en su espacio editorial, salvo contadísimas excepciones y esto lo digo por si me falla la memoria. Pero, a título personal, acepto el reto.
Desde que la vi en la tele el día de su estreno, adiviné que iba a traer cola, pero nunca pude imaginar cuánta. La fórmula, puesta sobre el tapete, parece magistral y no es por salvar la cara al organismo oficial, pero quién se habría resistido a una propuesta que contemplaba: el modelo de los anuncios más exitosos de las últimas navidades (Campofrío, famosos populares), el realizador de una las películas españolas con mejor producción de los últimos años (Blancanieves, Pablo Berger) y un tema musical de todos conocido y bien adaptado a villancico. Estoy seguro que pocos de los más críticos, entre los que me incluyo, lo habríamos hecho. Los mimbres eran buenos, así que entre la aprobación de la idea de Tactics y su ejecución habrá que buscar el origen del desaguisado. Pero héteme aquí que, como contamos en este número, esta está siendo la campaña de Loterías más notoria de la era post calvo. La pregunta de fondo: ¿qué hablen mucho, aunque sea mal, es siempre bueno? Tras el curso de neuromarketing al que he asistido organizado por AEDEMO, creo que la respuesta solo se puede ver de dos formas: en ventas y en nuestro cerebro. Si la campaña ha excitado áreas del cerebro relacionadas con la burla o el rechazo, esa notoriedad habrá sido en vano. Si lo ha hecho en las zonas profundas que regulan la recompensa, la notoriedad, aunque negativa, habrá funcionado. En cualquier caso, yo no me felicitaría todavía.
David Torrejón, director editorial