La publicidad como sector sigue teniendo en los festivales más importantes su foco de atención. Esa mezcla de prurito competitivo y acicate para equipos sigue funcionando de maravilla, admitámoslo, aunque en el mundo de las agencias la vida se haya hecho mucho más dura en los últimos siete u ocho años. Por tanto, parece obligado hacer un balance del mayor festival español o, mejor dicho, el mayor festival que se celebra en España. Por ahí, justamente debería empezar ese balance. La vocación iberoamericana de El Sol sigue avanzando, pasito a pasito y con una presencia más equilibrada de jurados españoles y de otros países se pusieron las bases hace dos ediciones para que esos países se pudieran tomar en serio la competición. El reparto de grandes premios así lo demuestra. Sin embargo, en este aspecto El Sol está lastrado por una enorme diferencia de costes de inscripción respecto de sus principales competidores. Algo así como diez veces más. Por más que éstos puedan estar jugando a la baja, la diferencia se antoja excesiva. Así, mientras en los apartados clásicos la participación latina sigue siendo importante, en los nuevos deja mucho que desear. Es probable, por otro lado, que eso fuera así aún con otros precios. En el fondo, el marketing directo o el promocional son un terreno de juego de agencias principalmente locales y que, además, disponen de sus propios festivales latinos organizados por sus asociaciones de agencias, como por ejemplo los FIP de promoción de ventas y eventos. Que llegue a ser tan deseable para los dueños de esas agencias un premio en El Sol, como lo es para un director creativo de una filial de multinacional de Buenos Aires, México o Chile, será muy difícil.
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