Para David Torrejón, Memoria del descampado es su quinta novela. Para Ángel Riesgo, De verdad, es mentira es su estreno literario. Torrejón, curtido en el oficio de escribir en sus múltiples versiones, lo hace en este caso desde su propia memoria. Para enfrentar la mentira, Riesgo se mete en el papel de la protagonista de la novela.

Anuncios.— ¿Qué les motiva, en general, a practicar el oficio literario?
Ángel Riesgo.— La literatura no es para mí un oficio, si acaso, es un deporte que me hace disfrutar ejercitando mis neuronas y me deja salir del mundo real, jugando con la fabulación y la fantasía. No es para mí trabajo sino placer a través del reto. Un deporte.
David Torrejón.— Fue mi primera vocación, pero sin tener muy claro por qué, aparte de por ser un gran lector y sentir admiración por mis escritores favoritos. Hice Periodismo porque me pareció lo más cercano al oficio de escribir contando con una paga regular. No venía yo de una familia como para andar jugando a la bohemia.
A.— ¿Qué le ha conducido hasta ‘De verdad, es mentira’?
A.R.— Mi reto en esta novela fue tratar de pensar como una mujer actual en primera persona y abordar a través suyo el carrusel de la mentira que siempre estuvo presente en nuestras vidas, pero que ahora se está sublimando hasta casi el cuestionamiento de la verdad.
A.— ¿Y cómo ha llegado a ‘Memoria de un descampado’?
D. T.— En mi caso, es la novela menos programada de las que he escrito. Supongo que la pulsión autobiográfica te llega a una cierta edad, pero no quería hacer una autobiografía al uso, sino añadirle literatura. Poco a poco fue saliendo.
A.— ¿Qué hay de cada uno en estos títulos?
A. R.— Mi vocación en esta novela ha sido de ficción pura. Pero no puedo evitar que esa ficción se ubique en mi mundo, en mi ciudad de Madrid, en mi pueblo de Torrelodones y en mi querida Asturias, así como en mi forma de pensar. Pero en los personajes, cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia.
D. T.— En mi caso, por lo que he dicho, hay mucho: recuerdos reales, inventados y modificados. No es una autobiografía real, pero creo que, si escribiera una, el aire que desprendería sería parecido, aunque seguramente sería mucho más aburrida.
A.— ¿Un autor, un libro, una corriente literaria a la que siempre (o, a menudo) volver?
A. R.— García Márquez, Vargas Llosa, Cela o Umbral me persiguen. Pero autores como Lorenzo Silva, Vázquez Montalbán o Mendoza, seguro que me han influido mucho.
D. T.— Releo muy poco. Yo diría que casi nada. Hay mucho por descubrir entre conocidos y desconocidos y, además, hago labores de lectura para Ediciones de La Discreta. Si cambio la pregunta por autores que me hayan influido mucho señalaría unos cuantos: Cortázar, Torrente Ballester, Huxley, Virginia Woolf, Auster, Ian McEwan, Jardiel Poncela..
A.— ¿Cuáles son las sensaciones dominantes en el momento de poneros a escribir? ¿Y una vez acabada la obra?
A. R.— Soy un escritor inconstante y perezoso, pero cuando consigo la concentración necesaria, el mundo desaparece durante unas horas y entro en mi ficción y las letras vuelan y tienen sentido. Es un gran placer, pero no todos los días lo consigo. Acabar la novela es empezar a revisarla, editarla y corregirla, una fase más ingrata pero igual de importante que la escritura. Cuando la novela está ya en las manos de los lectores, la primera sensación es de pudor, de que alguien lea mi cabeza y pueda pensar que yo pienso lo que piensan mis personajes. El pudor se mantiene, pero la satisfacción de haber acabado el trabajo es también un placer.
D. T.— Quizás por haber sido muchos años periodista, no tengo el vértigo del papel en blanco, pero es cierto que no me pongo frente a él hasta que no dispongo de un plan más o menos claro o muy claro. Cuando llega el momento, solo es ponerse, como cuando te toca escribir un reportaje. La última novela ha sido una excepción. Una vez acabada, me encuentro en un mar de dudas. No sé si es buena o una castaña, aunque con el paso de los años es algo que me importa cada vez menos. Uno aprende (los clubes de lectura son maravillosos para eso) que el lector pone tanto como el autor y que de esa mezcla puede salir cualquier cosa.