En moda hay una norma no escrita pero que es sagrada: todo vuelve. Temporada tras temporada, hemos revivido en nuestras carnes, con mayor o menor acierto, los aires hippies de los 60, los sexies 70 o los horteras 80. Así que era cuestión de tiempo que los 90 nos volviesen a parecer lo puto más. Los 90, sí. Esa década mezcla de nihilismo adolescente con lujo desmedido y aderezada por un toque de minimalismo, que si te tocó vivir seguro juraste enterrar en lo más profundo de tu armario. Sin embargo, como el ser humano también cumple a rajatabla la norma no escrita de tropezar dos veces, o más, en la misma piedra, hoy nos hallamos venerando todo lo relacionado con los 90. Sus vaqueros de tiro alto y siluetas lánguidas, internet y sus inicios llenos de mapas de bits, la MTV y sus letras chillonas y por supuesto, sus mitos. 
Y es que estos días, de la mano de Fox y la nueva temporada de American Crime Story, recordamos la vida, obra, milagros y muerte de Gianni Versace. Icono por excelencia del lujo noventoide. Para la posteridad han quedado en nuestras retinas las camisas imposibles del Jesulín cantante, el icónico vestido de imperdibles de Liz Hurley o todas las campañas de publicidad de la marca, realizadas por el legendario Richard Avedon y protagonizadas por su pandilla de amiguis: las súper top models. Ellas fueron otras megaestrellas indiscutibles de los 90, de las que la marca se sirvió hábilmente para convertirse en la nueva favorita de todo el star system y amantes varios del bling bling. Y es que a la hora de construir una marca todo vale, si sabes a quién y cómo le tienes hablar. Versace aprovechó un momento plagado de nuevos ricos emergentes y el boom de internet para conseguir que princesas varias y protagonistas del mundo del colorín se muriesen por sus diseños excesivos, coloristas y sexies a rabiar. Siendo su mayor logro justamente ese: persuadirnos de que lo que necesitábamos era su lujo algo hortera e inspirado en sus inicios en las trabajadoras italianas del oficio más antiguo del mundo (en palabras textuales del difunto Gianni). Su logotipo, la cabeza de Medusa, ya nos dejaba bien claro qué podíamos esperar de la maison italiana: intriga, lujuria y deseo. Que es precisamente como se imagina una que vivió y murió Gianni Versace. Su vida profesional y familiar tienen ese aura de pasión y enredos propios de una buena tragedia italiana. Elementos que, sin duda, no solo amplifican su leyenda si no que apuntalan la gran marca de lujo que construyó. Un imperio que ahora dirige su hermana Donatella, digna merecedora de una ficción exclusiva sobre ella misma, todo sea dicho, y que ahora encarna en la ficción nuestra chica de Alcobendas más internacional, Penélope Cruz. 
Seguramente, el discurso del Versace de los 90 poco encajaría hoy en día con los mensajes de slowliving que tanto le gustan a los millennials y compañía. Pero nadie puede dudar de su capacidad para crear un estilo único e inconfundible sobre el que construyó el lenguaje de una marca que todos podemos recordar sin pestañear. Porque como decía el gran Paul Brand, si el diseño es el embajador silencioso de una marca, Versace nos gritó a voces que un poco de lujo, exceso y pasión desmedida nunca le vienen mal a nadie.
María García Campos es directora de arte senior en Lola MullenLowe Madrid