"Ustedes deben estar cansados de escuchar a todo el mundo decir lo hermoso que es este coche. Pero he conocido un montón de mujeres hermosas en mi vida y, a pesar de sus protestas, nunca se cansaron de escucharlo. Porque cuando encontramos la belleza profunda se nos despiertan profundas emociones y hace que surja en nosotros el deseo. Porque la belleza profunda es, por naturaleza, inaprensible.
"Estamos educados para pensar que lo único que importa es la funcionalidad de las cosas, pero dentro de nosotros habita un anhelo por otra cosa. Cuando estaba conduciendo el Jaguar adelanté a un coche familiar. En la ventana trasera de aquel coche vi un niño de unos diez años. Sus ojos seguían mi coche. Lo que había pasado es que el chico vio algo que, simplemente, desearía ya para el resto de su vida. Acababa de ver lo inaprensible alejarse a gran velocidad, fuera de su alcance. Porque eso es lo que hacen las cosas hermosas ¿verdad?
"Después pensé en un hombre con dinero leyendo ‘Playboy' o ‘Esquire', pasando las hojas de la carne hasta llegar a las brillantes curvas lacadas de este coche. Y sin esfuerzo alguno sus ojos se detienen ahí. La diferencia es que él SÍ puede tener un Jaguar. Este coche. Esta cosa. ¿Qué precio pagaríamos?, ¿qué pecados perdonaríamos? Si no fueran hermosas, si no fueran problemáticas, si no estuvieran fuera de nuestro control, ¿amaríamos esas cosas como las amamos?
"Jaguar. Al fin. Algo hermoso que puedes tener de verdad."
(Don Draper, en la presentación de la campaña de Jaguar al cliente. Mad Men)
Decía Zizek que nuestro problema no es si nuestros deseos se encuentran satisfechos o no, sino llegar a saber qué es lo que deseamos. Decía Séneca que a los que corren en un laberinto su propia velocidad les confunde. Decía Don Draper que la felicidad es una valla en un lado de la carretera que te dice que lo que estás haciendo lo estás haciendo bien. Mad men es una reflexión de más de sesenta horas sobre este argumento.
En los años Sesenta el mundo estaba viviendo una auténtica revolución cultural y creativa que aún coletea en nuestros días. Quizás ocurrió en esa década la última gran aportación al concepto de nuestra actual idea de belleza: la poesía de Bob Dylan emanando de una radio de coche, las melodías de los Beatles en casa, la falda blanca de Marilyn Monroe bailando sobre el respiradero del Metro, el París de Cortázar, las demostraciones sociales contra la guerra del Vietnam, los colores de Warhol, los ojos en blanco y negro de Jim Morrison, la iconografía religiosa de Che Guevara, los contrastes cenitales de la huella de Amstrong en la Luna, la insatisfacción vital de Mick Jagger… Pero lo cierto es que todo aquello convivía en la contradicción de un mundo que aún estaba anclado en ideas antiguas, ajenas a todo lo que estaba pasando: los hombres seguían vistiendo con sombrero, las mujeres estaban marginadas en un sistema machista, y las marcas comerciales apelaban a valores tradicionales en sus anuncios.
Y en la calle más agresiva de la ciudad más capitalista del país más ambicioso del mundo, (Madison Avenue, New York) habitaban los publicistas como un fiel reflejo de las miserias y ambiciones de la condición humana de aquellos años Sesenta. Un sector --el de la publicidad-- que vivía en plena expansión, entre humo de tabaco y alcohol (mucho, mucho humo y mucho, mucho alcohol), en el que los hombres y las mujeres vivían como si no hubiera un mañana porque realmente no lo había.
Hubo que esperar varias décadas para institucionalizar esta idea de belleza, y para que la publicidad (que es el reflejo más real de la sociedad en cada momento) se adaptara a ese cambio irreversible. Pero en aquel entonces, como en todos los entonces, se vivía la confusión y la incomprensión ante lo que estaba ocurriendo. Y en medio de ese caos, hubo hombres como Don Draper y mujeres como Peggy Olson que cambiaron la manera de ver el mundo con su dolor y su inútil búsqueda de sí mismos bajo la mirada cínica de hombres como Sterling (Mad men es una historia de miradas, por encima de todo). Nos ayudaron a sentir, pero ellos no podían sentir nada. No fueron héroes, sólo corredores que aceptaron que no hay ninguna gran mentira, que no hay ningún sistema, que el universo es indiferente.
Vacío
Los personajes de Mad men están condenados al eterno retorno en sus deseos, pero, alguna vez, fugazmente, logran atisbar el vacío de su existencia, el engaño de sus deseos. Pero esa visión, esa certeza, nunca dura el suficiente tiempo como para que puedan darse cuenta de ello. Porque sólo vivimos dos veces: una para nosotros mismos y otra para nuestros sueños.
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