Quienes me leen, espero que haya alguien, saben que en esta columna he mostrado mi escepticismo acerca de la potencia publicitaria de Facebook y reclamado un uso mucho más acorde con sus posibilidades. Me he quejado sobre todo de que las marcas, en su mayoría, no vayan más allá de un uso puramente promocional, cuando se supone que estamos en la era del diálogo y no del cupón.
Sin embargo, hoy voy a defender a la gran red, que algunos están enterrando antes de tiempo. Ha bastado que aparezca un estudio que detecta agotamiento por parte de sus usuarios para que los medios competidores se lancen a su yugular. La tasa de abandono de Facebook es un fenómeno que se conoce prácticamente desde sus inicios. De sus casi 900 millones de perfiles hay un porcentaje, que sería interesante fijar, que nunca entra ni actualiza. Eso se ha sabido de siempre, pero, curiosamente, hoy es una novedad digna de la portada de un diario nacional. Esto me recuerda demasiado los tiempos en los que el marketing directo crecía cada año en porcentajes de dos dígitos.
De repente se vio convertido en el enemigo público número uno, acusado de estar formado por un hatajo de manipuladores de datos que espiaban a ciudadanos indefensos y husmeaban en sus vidas hasta los detalles más íntimos con el fin de comerciar con ellos. Y de aquella presión del cuarto poder nació la ley de protección de datos (quizás mejor ley de protección de ingresos) más delirante de Europa, un lastre en nuestra maltrecha competitividad, algunos de cuyos preceptos han sido revocados por la UE. Pero el resto se ha quedado con nosotros, incluyendo un régimen de sanciones que ríete tú de la Sharia. La capacidad de generar y tratar información de los usuarios en la red deja al antiguo marketing directo como lindo gatito frente a un tigre de Bengala, pero en esta guerra curiosamente apenas se entra. Así que ahora el objetivo es Facebook. A la red creada por el señor Zuckerberg le queda mucho recorrido, aunque sin duda le llegará su Waterloo, pero parece un tanto esperpéntico que se haga campaña de sus debilidades desde negocios que llevan un ritmo de caída más que preocupante desde hace casi una década. Quizás me he vuelto un tanto conspiranoico pero, a la vista de lo que ocurre a nuestro alrededor, es lo menos que se puede ser hoy día. Prometo examinarme de conspiranoia frente al espejo al menos una vez al día. Empezaré mañana.
David Torrejón
Director editorial