¡No, por favor, otro artículo sobre la IA, no! Y no lo será: el objetivo es más bien apuntar a lo que las expectativas sobre la IA nos indican sobre la percepción que tenemos sobre la inteligencia humana.
En la época de lanzamiento de Alexa/Siri tuvimos que realizar varios estudios sobre la percepción del consumidor alrededor de los asistentes de voz. Aunque no hayamos trabajado aún en detalle sobre la percepción del consumidor respecto a los nuevos desarrollos, creo que puede existir cierta continuidad con lo que observábamos. El principal resultado que obteníamos tenía que ver con la promesa del solucionismo del que habla Evgeny Morozov: el consumidor respondía a la promesa de los asistentes virtuales afirmando: “Te cederé mis datos, te cederé mi privacidad, te cederé mi capacidad de toma de decisiones en un mundo inabarcable… y tú, algoritmo, IA, asistente… adoptes el interfaz que adoptes, me solucionarás la complejidad de la realidad y me evitarás la frustración de no poder manejar el mundo”.
Esta observación que identificamos desde la perspectiva de los consumidores la comparte, desde una mirada filosófica, Marina Garcés, en un libro-joya: La Nueva Ilustración Radical, cargado de ricas líneas de análisis. Cito con cierta extensión a Garcés: “El solucionismo tiene su propia utopía: la de transportar a la humanidad a un mundo sin problemas. En este mundo sin problemas, los humanos podrán ser estúpidos porque el mundo mismo será inteligente: sus objetos y sus dispositivos, los datos que lo conformarán y las operaciones que lo organizarán. En la utopía solucionista, ya no se trata de aumentar la potencia productiva para ampliar las capacidades humanas. De lo que se tratará es de delegar la inteligencia misma, en un gesto de pesimismo antropológico sin precedentes. Que lo decidan ellas, que nosotros, los humanos, no solo nos hemos quedado pequeños, como decía Günther Anders, sino que siempre acabamos provocando problemas. La inteligencia artificial, entendida así, es una inteligencia delegada (...). Humanos estúpidos en un mundo inteligente: es la utopía perfecta".
La cuestión crítica aquí, más allá de lo que sea o no sea capaz de hacer efectivamente la IA o el algoritmo, es el implícito sobre la inteligencia humana que hemos generalizado: la desconfianza en nuestra inteligencia, individual y colectiva, y la necesidad de delegarla en terceros que superen nuestros límites, sesgos y fracasos previos. Esta rendición tiene origen en un abandono de la idea de progreso que nace a partir de la experiencia de la Segunda Guerra Mundial y se acelera a final del siglo pasado, pero para no irnos tan atrás, puede rastrearse en numerosos territorios más cercanos a nuestros desempeños y anhelos actuales. En el mundo del conocimiento del consumidor, puede identificarse desde el cada vez mayor desprecio a lo declarado por los informantes: es esa afirmación recurrente (y equivocada) de “no saben lo que quieren, no quieren lo que dicen, se contradicen”… En el ámbito organizacional, en el desdén por el consenso, por la construcción de visiones compartidas entendidas como pérdida de tiempo o construcción de ‘medias verdades’ frente a liderazgos fuertes. O en el ámbito de la deliberación pública, en el abandono de cualquier pretensión de democracia deliberativa, de construcción de mejores puntos de vista enriquecidos a través de la conversación entre actores. En estos tres ámbitos, y en otros muchos, lo que se observa es la desconfianza en el lenguaje como herramienta de interacción y en que el resultado de la propia interacción nos permita ir más allá de lo que es capaz de alcanzar una inteligencia humana individual por sí misma. Es decir, se desdeña también el impacto de ‘pensar juntos’, sea para entender una marca, sea para configurar una organización, sea para dar forma a los retos de una democracia. La cuestión aquí es que el ‘pensar juntos’ tiene, en un contexto convenientemente articulado, una potencia que no es solo la del propio diagnóstico enriquecido: es que hace partícipes a los actores, de manera que se comprometen con los propios resultados. No es solo su capacidad de alcanzar mejores resultados, es que los resultados están construidos desde sus propios intereses. Renunciando a esta conjugación de inteligencia colectiva + alineación de intereses, parecemos rendirnos: delegamos, ni siquiera ya en dioses ni ideólogos, nuestra capacidad de ordenar nuestras marcas, nuestras organizaciones, nuestras sociedades.
PD.: Agradezco a Anuncios la invitación a compartir este espacio, en el que intentaremos periódicamente hablar de consumidores y tendencias sociales.