Opinión

Crónica de mi octubre sobrio

Lo de que el alcohol es el lubricante de las relaciones sociales suena a cliché de planner perezoso hasta que dejas de beber, pero sigues quedando con gente

El 1 de octubre amanecí resacoso después de una boda y me hice una promesa ridícula: pasar un mes sin beber alcohol. El mundo anglosajón, que es mucho mejor a la hora de buscar namings para las cosas intrascendentes, ha acuñado Sober October para motivar a la gente a dejar el alcohol a la vuelta de verano. Es cierto que también existe Dry January, pero no suena igual de bien porque no rima.

Completar Sober October era, pues, el objetivo, y para añadir presión adicional publiqué un story en Instagram anunciando mi compromiso a todos mis amigos. Luego descargué la app I am sober que permite gamificar la abstinencia y, sobre todo, traducir los litros de alcohol no bebidos en dos métricas clave para la motivación: euros y calorías ahorradas. Cada día, la app me envía una notificación para que pueda confirmar que sigo sin beber alcohol.

Creo mucho en la idea de que para entender una tendencia de verdad hay que acercarse a ella tanto como sea posible. Y la tendencia de prescindir del alcohol es bastante abrumadora: según la Organización Mundial de la Salud, el consumo semanal de alcohol de los adolescentes de entre 11 y 15 años ha descendido en todo el mundo desde 2002. Hoy, solo el 8% de los chavales beben alcohol cada semana, una tercera parte de lo que ocurría en 2006.

Los jóvenes están dejando de beber, pero la tendencia también afecta al resto de grupos de edad. Sin ir más lejos, en España hace veinte años el 14,1% de los ciudadanos entre 15 y 64 años bebían alcohol cada día. Hoy esa cifra es de apenas el 9%. En el país en el que quedar con amigos se llama “ir de cañas”, somos líderes mundiales en consumo de cerveza sin alcohol: un 13% de las cañas que se beben en España ya son sin o 0,0. Así que, a lo largo del último mes, he probado las principales cervezas sin alcohol que se venden en nuestro país. Por algún motivo hay una cantidad desproporcionada de cerveza tostada entre las sin alcohol. Todas me han sabido a desinterés, muy lejos de sus versiones originales. Sin ánimo de jugar a influencer -para eso deberían pagarme- las dos que me han parecido más salvables son la Damm Free (que no tiene gluten e hincha mucho menos) y la Amstel Lager 0,0 (como dato random, una vez leí un estudio que demostraba que Amstel es la cerveza preferida de los españoles en prueba ciega).

“¿No bebes en este momento, o no bebes en general?”, me preguntó un compañero de profesión durante una comida, visiblemente dispuesto a desconfiar de una persona abstemia. Cuando pides cerveza sin alcohol es difícil disimular. Si tienes el botellín en la mano y una mano más pequeña que la etiqueta, el resultado es evidente. Pero si te la sirven en vaso, en lugar de utilizar las copas molonas en las que se sirve la birra ahora, muchas veces la cerveza sin alcohol queda relegada a un vaso de tubo que mata cualquier tipo de interés que pudiera tener el producto. En un bar vaciaron mi botellín de 0,0 en un vaso con esos en forma de Coca-Cola. Solo les faltó ponerme pajita. La presentación de la cerveza importa porque dignifica al consumidor que la sujeta en su mano.

Comprar cerveza en el supermercado no es mejor. Lo digo por experiencia: en un mismo día visité el pasillo de cervezas de Aldi, Lidl, Carrefour y Mercadona. Las cervezas sin alcohol casi siempre vienen en lata, un formato mucho menos festivo que el botellín. Como si las marcas arrancaran desde la renuncia, casi acompañando el bajón de beber cerveza sin alcohol.

Lo de que el alcohol es el lubricante de las relaciones sociales suena a cliché de planner perezoso hasta que dejas de beber, pero sigues quedando con gente. No beber en casa es tan fácil como no tener cerveza fría ni hielo en la nevera. Abrir una botella de vino lleva más compromiso. Lo realmente difícil es no beber cuando quedas con gente.

En mi experiencia, cuando quedas con alguien lo incómodo no es tanto estar sin beber mientras ellos y ellas beben -bebo para hacer a las otras personas más interesantes, decía Hemingway sino tener que justificar tu decisión. Durante el mes de octubre, he estado en tres cumpleaños, alguna comida con cliente y una reunión informal en un bar al que la otra persona llegó visiblemente borracha. Quiero pensar que buscaba hacerme más interesante a mí. Aunque, sin duda, el Tourmalet de mi mes de octubre sobrio fue la ceremonia de entrega de los Premios Eficacia. Euforia, amigos, calor y bebida gratis forman un cóctel difícil de superar. Afortunadamente, los camareros tenían orden de servir la cerveza en vaso, una presentación genérica que me ahorró muchas preguntas.

A raíz del debate que se ha abierto en torno a la carne y las hamburguesas vegetales me surge la duda de si debería llamarse cerveza a la cerveza sin alcohol. ¿No es el alcohol un elemento fundamental de una cerveza? ¿O es simplemente que al ser las mismas compañías las que venden ambos productos no se sienten amenazadas?

La última pregunta que suele desatar mi pequeño experimento abstemio es si he perdido peso. La respuesta corta es que no, pero he perdido volumen. Y sobre todo he ganado energía: me he quedado menos dormido viendo series por la no[1]che, y me he despertado mejor descansado por la mañana.

¿Quién se apunta a Dry January?

Adrián Mediavilla, consultor estratégico

 

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