2023 fue, y 2024 será, época de análisis alrededor de las diferencias generacionales. ¿Qué hace que recientemente estemos atendiendo con tanto énfasis una variable que, siendo relevante, tendía a “curarse con los años”?
La sociedad es conflicto, atravesada por líneas de ruptura (clase social, género, identidad nacional, religión) que generan grupos sociales en conflicto por recursos, prestigio, hegemonía… Rastreando estas líneas de fractura podemos estructurar nuestra sociedad, identificar en qué grupos se fractura. La edad, históricamente, ha sido una variable de análisis, ya que normalmente lleva asociados cambios en comportamientos, valores…, pero no de conflicto: el motivo es que las otras variables señaladas tienden a ser estáticas. Son pocos, muy pocos, los individuos que cambian a lo largo de su vida de clase social, género o identidad nacional. Todos, mientras sobrevivan, irán cambiando de edad. Es una variable, por tanto, cuyos valores se recorren a lo largo del tiempo.
El motivo de la creciente relevancia de la variable edad, de que empecemos a hablar de brecha, o abismo generacional, es que, desde hace prácticamente dos décadas, en España se superpone con otra variable: la capacidad de acumular riqueza. Con frecuencia, tendemos a analizar las generaciones desde la fecha de nacimiento: millenials, centenials… en vez de hacerlo desde los hitos sociales que hacen que un determinado grupo de edad se convierta en generación, esa experiencia o hito que hace que su forma de vivir se modifique de forma significativa respecto a grupos de edad anteriores.
En España, si hay un hito que ha marcado de forma significativa a diferentes grupos de edad sería la Gran Recesión y, de manera más específica, el hecho de estar en el mercado laboral antes o después de ese momento. Aquellos que estaban en el mercado laboral antes de la época expansiva del “España va bien” (podemos ubicar su arranque en 1997), época de crédito accesible, tasas bajas de desempleo (con lo que implica en términos de negociación salarial) con su consideración de la vivienda como producto de inversión, tienen ahora más de 50 años. Y lograron capturar riqueza. Tienen entre 40 y 50 los que se incorporaron al mercado laboral entre el 98 y 2007: tuvieron menos capacidad para aprovechar ese momento, pero al menos su incorporación al mercado laboral fue en época de un desempleo controlado (en comparación con lo que estaba por venir). Y a partir de ahí: años de desempleo juvenil por encima del 40%, inaccesibilidad de la vivienda y modelo de contratación precario, acumulando crisis con apenas un par de años de oxígeno (y el cambio de mercado laboral, cuyo impacto está por ver en términos de distribución de riqueza).
La cuestión es que el año 2007, como referencia, operó como un gran diferenciador en la capacidad de obtener riqueza social, según se estuviese o no en el mercado laboral entonces. A modo de ejemplo, la riqueza neta de un hogar de más de 75 años era solo superior en alrededor de 50.000 euros a un hogar de menos de 35 años en el año 2002... En 2020, la diferencia ronda los 300.000 euros. O, por verlo de otra manera, si en 2002 los hogares con menos de 35 años eran alrededor del 70% de los hogares de mayores de 75, en 2020 estamos hablando de un 20%.
Ocurre pues que se nos solapa el típico impacto de la variable edad (diferentes usos de la tecnología, cierto cambio de valores…) con una extrema diferenciación en términos de riqueza disponible: por ello, más que hablar de brecha, hablamos de abismo generacional. Y por ello también, las diferencias generacionales no son solo diferencias actitudinales o comportamentales, son también fuentes de conflicto social. Cuando vemos las diferencias generacionales en relación a valores, consumo de medios, relación con el trabajo u otros aspectos… subyace por debajo una importante diferencia en el acceso a la riqueza.
Felipe Romero
CEO de The Cocktail Analysis