Churchill, además de militar y político, fue escritor e historiador, e incluso obtuvo el Premio Nobel de Literatura por su brillante descripción de la Historia en seis volúmenes sobre la II Guerra Mundial. El caso es que, en cierta ocasión, antes del conflicto, el célebre estadista se enfrentó duramente a Lord Chamberlain, entonces primer ministro, por su tibieza en sus respuestas a Hitler. Churchill le conminó a escoger entre guerra y deshonor, y Chamberlain se aferró a su postura inmovilista. Entonces, Churchill le espetó:
— Algún día, la Historia dirá que usted se equivoca, y lo sé, porque la Historia la escribiré yo.
Edward Bernays fue el padre de la propaganda moderna, y el creador del famoso cartel del tío Sam señalando con el dedo a los futuros reclutas con el mensaje I want you. Bernays, nieto de Freud, era un inteligente manipulador de la opinión pública. Como muestra, un botón: en los años veinte, la Beech-Nut Company estaba preocupada por el descenso de las ventas de bacon. Bernays entrevistó a 5.000 médicos y les hizo una pregunta sesgada: “¿Es mejor un desayuno contundente y con proteínas o uno ligero?”. La mayoría de los médicos se inclinó por la primera opción y la conclusión de Bernays fue igual de contundente y proteínica:
— La mayoría de los médicos recomiendan empezar el día con un desayuno a base de bacon y huevos.
Y así fue como los huevos con bacon se convirtieron en el desayuno nacional americano. Joseph Goebbels, atraído por el éxito de Bernays, le intentó contratar, pero eso fue demasiado para un descendiente de judíos, que declinó la oferta y renunció al término ‘propaganda’ para inventar otro igualmente visionario: ‘relaciones públicas’. Goebbels se convirtió en el Ministro de propaganda nazi, y se rigió por sus once famosos principios, que incluyen perlas como “si no puedes negar las malas noticias inventa otras que las distraigan” o “repite un número pequeño de ideas incansablemente, porque una mentira repetida mil veces acaba siendo verdad”, o “reduce a tus adversarios en una categoría o enemigo superior”, o “emite constantemente informaciones nuevas que distraigan de anteriores noticias negativas para evitar que estas se fijen en el público”… Todas, máximas muy vigentes en la actualidad.
Por hablar de algo más ligero, la marca Marlboro nació dirigida a mujeres, con el claim Suave como mayo. Aquello no funcionó, y Phillip Morris acudió a Leo Burnett, que le cambió el título a la historia: El tabaco para los hombres más hombres. Así fue como el vaquero de Marlboro y el salvaje oeste se convirtieron, durante 40 años, en icono de masculinidad.
Por último, René Descartes, en sus Meditaciones Metafísicas, plantea la posibilidad de la existencia de un genio maligno que puede introducir las ideas en las mentes de las personas, de tal forma que su percepción de la realidad no proviene de la realidad directamente (que tal vez ni exista) sino de la idea que ese genio ha introducido en sus cabezas, que se convierte en la única realidad (los hermanos/ hermanas Wachoswski lo rodaron tres siglos después y lo llamaron Matrix). Descartes añade:
— Y como es imposible demostrar que el Genio Maligno no existe, siempre cabe la posibilidad de que sí exista.
Hoy está de moda hablar de “ganar el relato”. Las marcas, los partidos políticos, las personas buscan aventajar a los demás en ese Santo Grial que permite influir en los demás para dirigirles hacia intereses propios. Al final, los hechos no existen por sí mismos, solo existen las interpretaciones de los hechos, que son múltiples y a menudo opuestas. Las cosas no son como son, sino como se cuentan, y que algo se establezca como ‘la verdad’ solo depende de la habilidad y la credibilidad del narrador y del número de gente que esté dispuesta a creerle. La guerra entre genios -malignos o benignos- es encarnizada en la sociedad global de hoy, en la que existen tantos medios, tantas estrategias y tantos intereses contrapuestos. Por eso, como consumidores de relatos deberíamos exigirnos el esfuerzo de recibirlos siempre desde la apertura de mente, el espíritu crítico y el respeto.
Y todos aquellos que creamos relatos, que cada día nos esforzamos e ‘ganar el relato’, sea de lo que sea, siempre deberíamos preguntarnos, con ética y honestidad, qué estamos dispuestos a perder a cambio.
Carlos Sanz De Andino, socio fundador y presidente creativo de Darwin&Verne