Page 13 - REVISTA MAS
P. 13

Teresa Viejo, con
                                                       Khady Diop, una de las
                                                       impulsoras del Comité de
                                                       Madres, a la que Teresa
                                                       llama cariñosamente
                                                       Mademoiselle Farine.
                                                       Foto: @BrunoDemeocq/
                                                       Unicef

                                                                          Una de las integrantes
                                                                          del Comité de Madres
                                                                      pesando a un niño para el
                                                                      seguimiento de su control
                                                                      nutricional en Porokhane/
                                                                        Foto: @BrunoDemeocq/

                                                                                           Unicef

Mirar no es ver. Mirar es pasar de puntillas. Ver implica comprender,
empatizar, interpretar… aprender. Es lo que traigo de uno de esos viajes que
cambian la vida porque nunca la contemplarás igual. Tras quince años como
embajadora de Unicef, mi primera escapada al terreno me ha conducido a
Senegal. Cierto que puedes trasladar la filosofía de la agencia sin que tus
ojos hayan sido testigos de ella, como una escribe sobre el amor a la espera
de sentirlo algún día, pero dar fe del gran milagro de Unicef es impagable.
Lo mejor: constatar que la mujer sigue siendo el eje del cambio, incluso en
el rincón más remoto de África.
No necesitamos pisar moqueta para activar los resortes que conducen a la
dirección correcta; de hecho presumo que allí hay poca, y sí, en cambio, una
tierra arcillosa que tiñe el paisaje de calidez. Senegal es un país de tierra roja
y canícula pegajosa. Un páramo salpicado de baobabs, vegetación de sabana
y puñados de chozas familiares con ambiciones de aldeas. Senegal te roba el
alma y sus mujeres te insuflan fuerza para seguir avanzando juntas.
Vamos por partes. Mi visita me llevaba a comprobar el buen funcionamiento
de los programas de lucha contra la malnutrición y vacunación y los proyectos
de higiene y saneamiento. Los primeros los tenemos muy presentes –en
la memoria colectiva desgarran las imágenes de niños luchando por su
supervivencia-, pero asumir que existen colectivos para los que una letrina
suena a marciano es otra bofetada a la estupidez occidental. El primer
mundo anda a ciegas: mira pero no ve.
En Kaolack, el corazón del país, escucho hablar por primera vez de ellas:
madres organizadas con estructura de empresa. Mujeres en edad fértil que
suman sus esfuerzos para salvar a sus hijos empleando una organización tal
que parecen un partido político, pero no de los que gastan en palabrería
sino de los que “hacen cosas”. Se autodenominan Comités de Madres y no
conozco un solo senegalés que no se cuadre ante esas mujeres que llevan
cuatro años modificando las prácticas que condenaban a sus hijos a la
desnutrición severa y de ahí, a la muerte. Emplean metodología, convicción
y miles de sonrisas. Sus ideario son sus hijos; su programa, promover
aquello que asegure su correcta alimentación, sus prácticas higiénicas y, en
adelante, su educación. ¿Campaña? También, puerta a puerta; gracias a la

tía de la aldea que se encarga de auditar niño por niño, madre por madre, >>

                                                                                                   13
   8   9   10   11   12   13   14   15   16   17   18