La Academia de la Publicidad celebra esta semana, el martes 20 de marzo, su tercera gala de nombramiento de Miembros de Honor. Resulta casi milagroso que, en los tiempos que corren, una iniciativa tan altruista haya conseguido establecerse y, si lo ha hecho, seguramente haya sido por la enorme necesidad que existía de una entidad social cuyo principal fin fuera reconocer la importancia de la profesión publicitaria, en sentido amplio, a través de sus mejores representantes. Lo malo de la Academia es, precisamente, el retraso que lleva sobre su necesidad. Si en otros países los Hall of Fame funcionan desde hace décadas a lo largo de las cuales se han ido premiando, sin solución de continuidad, a los mejores profesionales que pasaban a segunda línea, la Academia española tiene que saldar aún una deuda con varias generaciones anteriores.
Hay que entender que por esta razón, y durante un cierto tiempo, tenga que repartir su mirada entre aquellos que ya nos abandonaron y los que están en el mejor momento para recibir ese reconocimiento: su obra aún latente y frescos el reconocimiento y la admiración de sus compañeros.
Este año ha vuelto a ser así y, de un lado, se reconoce a ilustres publicitarios ya desaparecidos como los hermanos Ricardo y José Luis Pérez Solero, el muy anterior y pionero Rafael Roldós y José María Ricarte, fallecido recientemente. Y de este lado, Víctor Sagi, un hombre de perfil emprendedor, y dos profesionales que sin duda han hecho escuela, Leopoldo Pomés y Fernando Romero, cada uno en su especialidad. Seguramente nada tiene que ver una cosa con la otra, pero resulta alentador que la actividad de la Academia coincida en el tiempo con dos importantes exposiciones, una en Barcelona sobre Roldós y otra en Madrid sobre los Estudios Moro, y que todo junto apunte a un despertar, por fin, del interés por el cuidado y rescate del patrimonio publicitario español. Una noticia esperanzadora. Y no sólo por el interés histórico patrimonial objetivo, sino porque, por encima de ello, contribuye a la creación de un orgullo de pertenencia a una profesión digna y maravillosa, que tanto ha faltado en nuestro país. La Academia debe ser apoyada en su tarea, no sólo por una cuestión de simpatía con sus promotores sino porque, apoyándola, la profesión se ayuda a sí misma mejorando su autoestima. Y porque no sólo se ocupa del pasado, sino del presente y el futuro, procurando que la herencia de los mejores pase a los siguientes. Por cierto que estos siguientes tendrán que empezar a pensar en cómo conservar el patrimonio publicitario español en formatos digitales. Un bonito tema para la Academia y otras asociaciones implicadas. Por poner un ejemplo, lo que es hoy para nosotros la gallina exhibicionista de Avecrem lo serán en el futuro los atrapantes de Atrápalo.