Hace unos días se conoció que Guillermo Viglione, presidente y director creativo de Dimensión, había tomado la decisión de dejar sus funciones como director del Día C, el certamen organizado por el Club de Creativos que, con él, dio uno de los más grandes saltos cualitativos al trasladar su sede a San Sebastián. En esta nueva etapa, Viglione seguirá dando soporte al equipo del CdeC en sus relaciones con las instituciones de la ciudad. Le hemos pedido que repase esa experiencia. Y lo hace en el texto que sigue a continuación.

En estos siete años he sido muy afortunado. He tenido la oportunidad de vivir el Día C desde detrás del escenario y he sido testigo de cómo obra milagros un equipo irrepetible de idealistas insensatas. Les he visto transformar las piedras en oro y hacer de lo imposible una rutina. También he comprobado que el creativo más reconocido del momento se transforma en un humilde peón a la hora de arrimar el hombro.
Ese es un mérito espontáneo del club de creativos. A pesar de que trabajamos en un sector muy personalista, sus socios, cuando colaboran con el CdeC, renuncian a cualquier afán de protagonismo. Nacimos pobres y aunque los retos del club son cada vez más ambiciosos, aún mantenemos la mentalidad austera de los primeros años. Gran parte del trabajo se realiza gracias a la colaboración desinteresada de los socios y confío en que el creciente éxito no nos confunda.
Nuestra junta llegó en 2016, en un momento duro de la crisis, con la orilla repleta de restos del naufragio publicitario. En ese contexto entendimos que nos hacía falta una inyección de autoestima. Necesitábamos ser más conocidos y reconocidos. Debíamos recuperar relevancia ante la industria y solo lo lograríamos si reparábamos nuestro maltrecho orgullo de pertenencia.
Centramos nuestro programa en recuperar prestigio y autoridad para la profesión. Queríamos Influir en la industria y en la opinión pública para mejorar la valoración de la creatividad. Hacer relevante nuestro trabajo y nuestro rol, como parte fundamental e insustituible de las marcas y del negocio de los anunciantes.
La primera decisión, incluso antes de presentar la candidatura, fue llevar el día C a San Sebastián. Hoy, habernos movido a Donosti parece una decisión obvia pero no lo fue. San Sebastián es mucho más cara que otras ciudades, tanto para los socios como para la organización del evento y el Club estaba muy cómodo en la sede anterior. Por motivos de trabajo yo tenía contacto estrecho con las instituciones. Les pedí que nos ayudaran, acogieron la idea con entusiasmo y nos patrocinaron. Así vencimos los temores del equipo y comenzó un idilio con la ciudad que aún perdura.
El cambio de sede significaba mucho más que un traslado y así lo hicimos ver. San Sebastián es la capital de la creatividad española, posee una gran simbología y un enorme poder de atracción para la profesión. Aprovechamos la excusa de San Sebastián para tejer relaciones más fuertes con anunciantes, productoras, planners y el resto de la profesión publicitaria. Les propusimos trabajar juntos por un proyecto común y convertirnos en la cita oficial de la industria publicitaria.
Para ello, además, rebautizamos los premios CdeC, que pasaron a ser los Premios Nacionales de Creatividad. Aún me cuesta creer lo rápido que la profesión adoptó el término y lo hizo suyo.
De todo lo vivido en estos años me quedo con un intangible. Creo que contribuimos a ampliar la definición de creatividad publicitaria y a abrirnos a todos los actores del negocio. Hoy, los días CdeC son un poco menos nuestros y un poco más de toda la profesión. Y estoy convencido de que eso es una buena noticia.