Premios hay de todo tipo. Los hay por disciplinas. Los hay por sectores. Incluso los hay por canales. Pero cuando son de creatividad adquieren otra dimensión e importancia. Ya no son premios, son festivales. Auténticos entornos aspiracionales en los que unos pocos afortunados que pertenecen a un clan superlativo se suben a un escenario y se convierten en estrellas del rock de forma automática. Son entornos en los que no todos están admitidos, y en los que es difícil jugar porque tienen sus propios códigos, reglas que hay que aprender, interiorizar y que, además, requieren mucha práctica. Inscribir en un festival puramente creativo es toda una ciencia y construir un case, un arte que muchos llevan depurando décadas.
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