No hay un septiembre que no vaya a las fiestas del vino de Valdepeñas. Mi chica ya no me acompaña, pobreta, está cansada de que me pare a hablar, una media de 20 minutos, con cada persona que me cruzo interesándome por su vida. 
De todos esos encuentros, hay uno muy especial: mis antiguos profesores del instituto. Me abrazan, me preguntan si bebo algo y comienza el interrogatorio. En ese instante, me hago un McFly, regreso a los 15 años y me sonrojo como en 2º de BUP, aunque esta vez me sepa todas las respuestas. Y entre chatos y botellines, tapas de venao y pisto manchego, me confiesan que están orgullosos de mí, aunque a veces -yo creo que muchas más de las que se atreven a confesar- no veían claro mi futuro. "Que sí, hombre, que sí", que se sienten parte contratante de mis éxitos -si puedo considerar que haya tenido alguno- y que es muy reconfortante ver cómo la gran mayoría de sus exalumnos sabemos, ATENCIÓN: lo que es un sujeto y un predicado, que Platón no es un 4x4 coreano y recitar de memoria los ríos y las cordilleras de nuestro país. ¡La madre que los parió!
Este año, lo que más gracia les hizo fue que también daba clases. "¿De qué?" preguntaron asombrados, y yo casi susurrando conseguí articular: "De publicidad, doy clases de publicidad". Silencio. Trago al chato. "¿Dónde?". "En la Miami Ad School" respondí. Otro silencio. Trago al chato. Otro trago más, este último hasta el fondo. "¡¿Dónde dices?!". A ver cómo se lo explico yo a esta gente: "Una escuela de publicidad" acerté a decir. Por fin se recomponen y me preguntan: "¿A que no es fácil?" y entonces, sintiéndome uno más de la sala de profesores, solté toda la retahíla de obviedades que ellos han vivido desde que se licenciaron: que una palabra de apoyo, un "buen trabajo", vale más que un potosí; que no puedes llevar un calcetín de cada color porque la gente se despista con suma facilidad; que superar los 25 minutos de chapa, es la muerte. Que se alaba en público y se corrige en privado, que las primeras impresiones son solo primeras, que todo el mundo te puede sorprender, ¡todo el mundo! Y cuando acabo con toda mi verborrea, me doy cuenta de que me encanta dar clase. Que nada más entrar en el aula sabes si va a ser un gran día o uno normalito. Que hoy están mucho más preparados de lo que lo estaré yo nunca. Que saben de inteligencia artificial, de offline, online y de todo lo que acabe en line. Que un profe, si es bueno, es una institución y por supuesto, me doy cuenta de que debí ser un dolor de muelas y que merecí cada uno de los cursos que repetí. Con el octavo chato que me ofrecieron, me temo que para que me callara, llegué a la conclusión de que me encantaría invitar a todos mis alumnos y exalumnos a que conocieran a mis viejos profesores y que brindásemos todos como se brinda en mi pueblo cuando alguien te invita: "De buenas manos viene, a mejores va".
David Vijil es director creativo en Proximity Madrid y profesor en Miami Ad School. Repitió 1º de BUP y COU. Un hermano suyo, dos años menor, accedió a la universidad antes que él. No sabe dividir a partir de un dígito y su trayectoria estudiantil suele servir de recurso al profesorado para explicar cómo no deben hacerse las cosas. Para él, es todo un orgullo.