Reinventarse o morir. Pocas veces esta máxima viene tan a colación como en el caso del movimiento realizado este año por El Sol. Un festival que ha cumplido 34 años y que en esta edición se ha reinventado para no morir, porque lo cierto es que en los últimos años en Bilbao el festival había entrado en un claro aletargamiento que, de continuar, podría haber acabado con el propio certamen o, al menos, hubiera puesto en peligro, casi por inanición (y, por qué no decirlo, por la manifiesta ausencia de algunas de las agencias más creativas del país y de sus primeros espadas), el prestigio del que goza y que muy hábilmente la organización se ha encargado este año de recordar: El Sol figura entre los dieciocho festivales más importantes del mundo.
Sin menosprecio de la predisposición y buen hacer de las autoridades de Bilbao y Vizcaya, San Sebastián estaba demasiado cerca. Y San Sebastián, para el colectivo de las agencias y especialmente para los creativos, sigue siendo el lugar de la creatividad española en versión festival, como así ha quedado demostrado desde que el CdeC, también mediante un no pequeño cambio en su formato original, ha vuelto a la capital donostiarra haciendo realidad el anhelo de muchos, que ha contagiado a muchos más. Aunque desde las organizaciones de ambos certámenes han tratado siempre de no entrar en la comparación, el camino que uno y otro iban tomando describía curvas progresivamente distantes: la del CdeC ascendía y la de El Sol, no (aunque las cifras de delegados e inscripciones dijeran lo contrario).
Ante eso, la decisión de la AEACP de trasladar El Sol a Madrid, que en un principio para muchos presagiaba una muerte súbita, ha resultado ser un acierto, junto a los cambios introducidos en un formato que a lo largo de su historia ha pasado por varias fases pero siempre ha girado alrededor del mismo eje. Un nuevo escenario y un nuevo ritmo que nada tienen que ver con los de la historia pasada de El Sol y que casi inmediatamente cortaban de raíz la lógica expectación y sensación de extrañeza entre los habituales de esta cita por llevarse a cabo en un lugar tan poco habitual.
Hay ajustes que hacer para el próximo año, reconoce la organización, pero no afectan al corpus del nuevo festival que quiere ser El Sol: menos festivo (Madrid no lo favorece a pesar de su amplia oferta lúdica) y más representativo de la industria de toda una región y del potencial de la creatividad como agente del cambio y el movimiento. Algo que una parte importante de los jurados repetía en sus intervenciones: la posición de El Sol como el festival más importante para la publicidad latinoamericana, justo en la antesala de Cannes. Sin duda, un palmarés con un marcado carácter global como el de este año, insistían sus responsables, camina también en esa dirección.
El Sol se queda en Madrid al menos durante los tres próximos años. Sería muy positivo, de cara a ediciones siguientes, que algunas agencias nacionales, ausentes del certamen, volvieran a él con sus profesionales y sus trabajos.
Por último, cabe señalar que el nuevo rumbo de El Sol es el primer paso de un plan estratégico más amplio abordado por la AEACP y que se comunicará en próximos días.