Somos unos sujetos curiosos. Los creativos y las empresas que nos dedicamos a comercializar la creatividad.
Aquello que a los demás les da seguridad, es decir, que una idea haya sido pensada antes, que haya sido probada y experimentada en cientos de casos y bajo todo tipo de circunstancias, a nosotros, en lugar de tranquilizarnos, nos sabe a fracaso.
Huimos, a veces incluso prematuramente, de cualquier idea que nos parezca hecha. Es más, sentimos una atracción oscura por todo lo desconocido, un temblor de niño que se muere por penetrar en el trastero, lleno de tesoros desconocidos y de fantasmas.
Puede que las profesiones que la gente elige puedan dividirse en dos grupos. Aquellas que persiguen la seguridad, la infalibilidad y la certeza, y aquellas que anticipan que el riesgo, lo caótico y lo imprevisible, será no sólo gozoso, sino incluso rentable.
Los publicitarios, los editores de libros y música, las productoras audiovisuales, los desarrolladores digitales y tantos otros pertenecemos, sin ninguna duda, a ese segundo grupo. Abominamos de lo predecible.
Siempre nos pareció concebible que un trabajo fuera gozoso y rentable a la vez.
¿Gozoso y rentable? En estos momentos en que el dinero se oculta, escapa o desaparece, parece que la segunda premisa de nuestra elección vital se ha vuelto de pronto muy poco realista.
Afrontémoslo, si es que aún no lo hemos hecho. No vamos a ganar dinero. Durante bastante tiempo. Ni nosotros, ni casi nadie. Así que si lo que te atrajo de la publicidad fue el dinero, mi más sentido pésame.
Esta es una industria que ha producido mucha riqueza durante décadas.
Muchas agencias nacieron impulsadas por visionarios que crearon ideas de gran inteligencia y belleza, y que con ello crearon también riqueza para sus clientes y para ellos mismos.
Me refiero a los padres de nuestra profesión, tanto en el mundo anglosajón como en nuestro país, esos cuyos apellidos se convirtieron hace años en logotipos. Sus empresas crecieron, ellos las vendieron y éstas acabaron controladas por financieros y corporaciones para los que lo desconocido no era más que una angustia indeseable. Y el caos de la creación, un riesgo que ponía en peligro lo único que alguna vez les interesó de la publicidad: dinero abundante, codicia ilimitada.
Pues bien, tengo buenas noticias. Si lo que te ha traído hasta aquí ha sido el gozo de inventar, si lo que te sedujo fue utilizar tu inteligencia y tu buen gusto para crear ingenio y belleza, este sigue siendo un buen lugar. No es un momento cómodo, pero sí enormemente fértil. Sólo necesitas lo de siempre: un cuaderno en blanco y un cliente que confíe en ti.
El romanticismo que te trajo aquí, la blasfemia de creerte con el poder de crear de la nada, el cosquilleo en el vientre cuando te asomas al vacío, eso es precisamente lo que te mantendrá a flote en esta galerna.
Lo mismo que te hacía feliz el primer día sigue estando ahí. Que piensas, que imaginas, que convences, que solucionas, que investigas algo diferente, que lo ves hecho, que sirve para algo, que gusta a alguien, que te hace gozar, que te hace dormir bien.
Por mi parte, a eso vine, y por ello sigo.
Jóvenes, guapos, delgados
Los tiempos son difíciles, sí, pero no idealicemos el pasado, porque ningún tiempo anterior fue tan bueno como lo recordamos. ¿O es que siempre hemos dormido todos tranquilos? Eso no es cierto.
Lo único seguro es que nunca estaremos tan jóvenes, tan guapos ni tan delgados como hoy.
Toda esta angustia pasará. Vendrán soluciones nuevas que ni siquiera imaginamos. La pala que enterrará la crisis no está entre lo que sabemos que sabemos, ni entre lo que sabemos que desconocemos, sino en lo que ignoramos que ignoramos. Ahí hay que buscarla.
Y, como siempre, lo único que tenemos para hallarla es dar el paso aterrador al abismo. Entrar en el cuarto oscuro de lo desconocido y lo imprevisible. Precisamente aquello que elegimos como forma de vida.
Los tiempos buenos tardarán más o menos en volver, pero lo harán. Del mismo modo que las crisis siempre llegan, también está escrito que siempre terminan.
Y, sí, Mr Scrooge volverá a aparcar entonces su berlina negra frente a la agencia con intención de comprarla.
Pero mientras tú puedes ser feliz hoy, esta noche él no puede dormir porque ya no es tan rico como antes.
Carlos Holemans / Ilustración: Jordi Carreras
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