Opinión

Me cago en la nueva pulcritud

Para abrir boca a lo grande, me cago en los honorables miembros de la Academia de Cine de Hollywood. Los bienintencionados académicos han cambiado las normas de los Oscar con el noble propósito de lograr mayor igualdad e inclusión. Un objetivo que aplaudo a rabiar, aunque me cago en la fórmula escogida. Ahora, para optar al galardón a mejor película tiene que concurrir alguna de estas acartonadas premisas: al menos un protagonista debe ser no-blanco; mínimo un 30% de personajes secundarios tienen que ser mujeres, minorías, LGBTQ o discapacitados (supongo que habrá alguien llevando la cuenta en cada peli); o el tema principal deberá girar sobre uno de estos colectivos. Vamos, que los responsables de películas como El discurso del Rey, Gladiator, Braveheart, Amadeus, Rocky, Salvad al soldado Ryan, Dos hombres y un destino, Cinema Paradiso, Ciudadano Kane, El Padrino y tantísimas otras, mejor que ni lo intenten. Antes de ponerse a crear irresponsablemente, queridos guionistas, hagan check list, no sea que se queden fuera por no vestir corsé.

Otra de Oscars: nueve, incluido el de mejor actriz secundaria para Hattle Mc Daniell – Mami-, el primero para una actriz afroamericana. Con Escarlata hemos topado, y me cago en los ejecutivos de HBO que retiraron Lo que el viento se llevó alegando que "es racista y dulcifica la esclavitud". Parece que semejante peliculón, basado en una obra cumbre de la literatura, escandalizó a algunos iluminados que, desde su (entiendo) probada altura moral y su (supongo) profundo conocimiento histórico, no pestañearon en condenarla. Luego rectificaron y lo dejaron en una leyenda para aclarar que "ellos no eran responsables de la película" ¡Ya hubieran querido! Eso sí, mientras tanto emitían Juego de Tronos como si fuera un Tratado de Buenas Maneras.

Me cago también en la Real Casa de la Moneda Británica, que con su moral neo-victoriana ha paralizado la acuñación de una moneda conmemorativa de Enyd Blyton. Sí, la de Los Cinco y Torres de Malory. Resulta que la muy subversiva ocultaba que era sexista, homófoba, racista, alcohólica y filonazi. Un completo. Bastaba con leer entre líneas para descubrir su evidente perversión. Las generaciones anteriores no nos dimos cuenta porque leíamos distraídos, y ahora vete tú a saber qué taras morales nos habrán quedado.

Otra británica que nos coló su racismo fue Agatha Christie. Menos mal que su biznieto y heredero, James Prichard, desenmascaró las pérfidas intenciones de su bisa. Como compensación, su novela Diez negritos se traducirá a partir de ahora como Eran diez, empezando por Francia: Ils étaient dix. En otros países ya se había retitulado antes: en Estados Unidos Ten little niggers se publicaba como Ten little indians. Debe ser que negros no, pero indios sí. No me pregunten. El caso es que, se llame como se llame, el joven Jimmy sigue cobrando los royalties puntualmente. Me cago en él.

Me cago mucho en los revisionistas desinformados que derriban estatuas de Colón y Fray Junípero Serra, mallorquín fundador de California, acusándoles de racistas (igual que a Cervantes, al que no habrán leído nunca, pero que va al mismo saco por español). Y me cago - por tonta además de por indocumentada-, en la paisana del fraile - concejala de Justicia Social, Feminismo y LGTBI, de Palma- que alienta por Twitter a seguir el ejemplo de los exaltados ultramarinos, tumbando alguna estatuilla también por el barrio (eso sí, "pacíficamente", puntualiza).

Sigo: me cago en los alumnos que quieren retirar el nombre de Hume – el filósofo más influyente desde Aristóteles- de la Universidad de Edimburgo, por pretendido racismo (por cierto, los mismos imberbes que escribieron RACISTA en rojo sobre un busto cercano de Churchill… Sería que les sobraba más pintura que neuronas).

Y, ya cerquita de casa, me cago sin control en los que acusan a Conguitos de ser una marca que induce al racismo. Ya no se si reírme o hipar con angustia…

Esto de la neopulcritud se nos está yendo un poquito de las manos, creo yo. ¿Dónde paramos? ¿En qué punto dejamos de escandalizarnos, perseguir y prohibir? ¿Cuándo asumimos que hay demasiado gatillo fácil para disparar a supuestos sexistas, homófobos o racistas, presentes y pasados? ¿Volvemos a retirar Lolita de las librerías? ¿Desterramos a Alejandro Magno de los libros de Historia por genocida? ¿Derruimos el Coliseo, donde los esclavos eran merienda de leones? ¿De verdad somos tan simplones de creer que se puede juzgar el pasado -histórico o creativo- - con criterios de hoy? Y ¿qué criterios son esos? ¿Un puritanismo integrista de doble o triple rasero, normalmente interesado? ¿Toda novela, película, marca, anuncio o humilde frasecilla debe satisfacer la gula inquisidora de los cazadores de brujas?

Creo en una corrección sana de ideas y costumbres, que construya una sociedad más integradora y respetuosa con todos. Pero esta ola de revisionismo histérico y de retorcida nueva moral me parece no solo muy triste, inculta, estúpida e hipócrita, sino, sobre todo, muy peligrosa. Y, la verdad, es que yo me cago.

 

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