Pasa el tiempo y sigo pensando lo mismo; la evolución del mundo se cimenta en una sola cosa: en la curiosidad.
El medicamento que nos cura fue la incansable búsqueda de un loco que se imaginó fórmulas nuevas a partir de principios asumidos.
Todo lo que somos está hecho de eso: de curiosidad e insistencia a partes iguales.
Y en el arte, también. Faltaría más.
Huyendo del impresionismo, Van Gogh encontró un lenguaje propio, lleno de colores vibrantes y de soles excesivos, que aportaba una nueva luz a la luz impresionista.
Buscando el corazón de las personas, David Hockney encontró también su propia voz, en la mezcla imposible de colores y en el juego continuo de materiales con los que retrataría todo aquello que quería.
Yendo mas allá de lo que todos vemos estaba la verdad, su original verdad.
Y todos ellos --artistas y científicos-- coinciden en una misma cosa: mientras buscaban un botón, encontraron el tesoro de sus identidades.
Pero para eso hay que buscar. Para poder descubrir ese paraje en el que nunca estuvo nadie, hay que mirar insistentemente debajo de lo evidente.
Los buenos anuncios tienen también eso: tienen búsqueda, una mirada inequívocamente curiosa y un niño queriendo saber de qué están hechas las cosas.
Los buenos anuncios nos alcanzan, porque nos cuentan lo de siempre pero desde una perspectiva nueva.
Todo estaba allí, todo era verdad, todo podía contarse. La inteligencia era encontrar el ángulo perfecto en el que se podía vislumbrar un camino nuevo.
En fotografía es aún más evidente.
El mundo pasa, la gente se mueve, los dramas están ahí; pero el talento para elegir un momento y un encuadre, es lo que marca la diferencia entre un genio y un fotógrafo de bodas y bautizos.
El beso de Robert Doisneau es ya un beso universal; porque, de todos los besos que se han dado en el mundo, ese es el que sabe más a beso.
¿Simple casualidad? ¿Oportunismo? A mi me parece que es más bien talento.
Estar ahí y mirar más allá de lo que parece razonable.
Encuadrar la pasión o la emoción como si fueran a desaparecer, y esa imagen las pudiera mantener calientes a lo largo del tiempo.
Nieve
Fíjate en estas palabras: Dublineses, Joyce, Los Muertos.
“Sí, los diarios estaban en lo cierto: nevaba en toda Irlanda. Caía nieve en cada zona de la oscura planicie central y en las colinas calvas, caía suave sobre el médano de Allen y, más al Oeste, suave caía sobre las sombrías, sediciosas aguas de Shannon. Caía así en todo el desolado cementerio de la loma donde yacía Michael Furey, muerto (...) Su alma caía lenta en la duermevela al oír caer la nieve leve sobre el universo y caer leve la nieve, como el descenso de su último ocaso, sobre todos los vivos y sobre los muertos”
Esa nieve de Joyce es la misma que vemos en Navacerrada, por decir un sitio. Pero la profundidad de su mirada, esa excusa blanca para indagar en el alma humana es lo que nos aporta un valor nuevo, una reflexión que no podremos olvidar jamás.
Curiosidad, insistencia y talento. Ingenuidad para imaginar un árbol tal como lo percibimos la primera vez, antes de que supiéramos de qué estaban hechos los árboles. Capacidad para expresar las emociones más allá de los convencionalismos y de lo correcto.
Ser joven es eso: es tener 70 años y sentir como 7.
Es seguir sorprendiéndose por lo que uno no entiende, porque seguro que algún día lo acabaremos entendiendo.
Lo demás, lo que dice el DNI, quizás sirva para definir un target, pero no para conocer a la gente de verdad.
Y se trata de eso, ¿no?